Este año tuve la enorme fortuna de ser acreditado para la 31ª edición de L’Alternativa de Barcelona, un festival que se celebró en el CCCB del 14 al 24 de noviembre. En mi opinión, L’Alternativa es posiblemente uno de los mejores festivales de cine de la ciudad, no solo por su increíble selección de películas que siempre logran superar las expectativas, sino también por el mundo único que logran construir dentro de sus sedes, un universo que encarna a la perfección el espíritu del festival.
Desde el primer momento, el ambiente te envuelve: un hall que invita a la calma, con una barra que sirvió de punto de encuentro durante varios días; proyecciones de microcortos que sorprenden incluso al más veterano espectador; coloquios que se desarrollan en un clima relajado, lejos de cualquier incomodidad; e incluso fiestas donde es imposible irse sin haber hecho una nueva amistad.
Todo esto, y mucho más, dieron forma a 10 días de pura emoción que ahora, inevitablemente, se han transformado en una nostalgia permanente. Así que empezamos con la crónica.
Mi recorrido por el festival comenzó el 15 de noviembre con The Human Hibernation, de Anna Cornudella. Aquí tengo que confesar que soy parcial, ya que siento un gran aprecio por esta película. No solo por su propuesta, sino porque tuve el honor de presentarla en la Filmoteca junto a los jóvenes programadores. Esto hizo que la experiencia fuese aún más personal y transformadora.
Anna Cornudella, una cineasta cargada de ideas extraordinarias, logra articular en su ópera prima un lenguaje visual poderoso y profundamente conmovedor. La premisa es sencilla, pero fascinante: ¿Qué ocurriría si los humanos pudiésemos hibernar como los animales? Cornudella responde a esta pregunta mediante imágenes de una belleza arrebatadora, donde la espera —esa pausa hasta que algo “sucede” en el mundo natural— se convierte en una experiencia de transformación para el espectador.
Resulta asombroso que un equipo de apenas seis personas haya conseguido filmar algo tan íntimo y, a la vez, tan ambicioso. Quizá la película no tenga aún el recorrido que merece, pero si tenéis la oportunidad de verla, no lo dudéis. Es una invitación a dejarse llevar por una flora y una fauna que no forman parte de nuestra rutina diaria, permitiéndonos escapar, al menos por un instante, del incesante ruido de la ciudad, ese nuevo sonido universal que tanto define nuestro tiempo.
El segundo día del festival comenzó con fuerza gracias a Caja de resistencia, de Concha Barquero Artés y Alejandro Alvarado Jódar. Fue un arranque potente no solo por la calidad de la película, sino porque tuve la suerte de que mi primera proyección como acreditado fuese la ganadora del premio a mejor filme nacional en esta edición del festival.
Caja de resistencia es un documental que rinde homenaje al director Fernando Ruiz Vergara. Tras su película Rocío (1980), censurada en los primeros años de la democracia española, Ruiz Vergara dedicó gran parte de su carrera a proyectos que quedaron en el limbo, atrapados en el proceso de esbozo y planificación. Concha Barquero y Alejandro Alvarado toman estos fragmentos inconclusos y realizan un gesto precioso: transformar los sueños y deseos inacabados de Ruiz Vergara en una obra fílmica tangible.
La película, que comienza con un enfoque documental convencional, evoluciona de forma magistral hacia algo mucho más abstracto, lleno de capas de ficción, esbozos e imaginación. Es en esta transición donde reside su magia: una narrativa que escapa de los límites del formato documental para ofrecer una experiencia inmersiva y reflexiva.
Es desgarrador observar a Ruiz Vergara en su vejez, enfrentándose a la frustración de que sus proyectos no hayan encontrado espacio en el mundo del cine. Este homenaje resulta aún más impactante gracias a la altísima calidad cinematográfica que Barquero y Alvarado imprimen a cada escena. En especial, quiero destacar una secuencia que tiene lugar en una mina: un momento de una belleza y profundidad abrumadoras, sin duda una de las mejores escenas del año. Caja de resistencia no solo es una película, es un acto de justicia poética hacia un cineasta cuyo amor por el séptimo arte nunca dejó de brillar, incluso frente a las adversidades más grandes.
Después de este conmovedor homenaje, tuve la suerte de asistir a la proyección de Cortos Internacionales I. Este tipo de sesiones siempre me entusiasman porque permiten descubrir a cineastas emergentes y jóvenes creadores que, con sus pequeñas historias, transmiten un amor genuino por el séptimo arte. Es cierto que también se encuentra cierta dosis de pretenciosidad, pero incluso eso forma parte de la belleza y autenticidad de estas proyecciones.
De esta primera tanda de cortos, hubo tres que dejaron una huella especial en mí:
O jardim em movimento, de Inês Lima. Esta película portuguesa posee una magia extraordinariamente bella, construyendo un universo que, aunque me recordó al cine de Agnès Varda, se destaca por su autoría propia y única. Lima logra crear una atmósfera que parece acariciar al espectador, llevándolo a un mundo donde lo cotidiano y lo poético se encuentran en perfecta armonía.
Fioritura, de Raluca Croitoru y Elena Butica. Este corto experimental, con una duración de apenas un minuto, es una auténtica revelación. Explora la “tacticidad” de la imagen fílmica, es decir, la capacidad del cine para transmitir sensaciones táctiles a través de lo visual. A pesar de su brevedad, resulta profundamente transformador, demostrando que una obra no necesita ser extensa para tener un impacto duradero.
As if it could, de Ada Güviner. Este corto animado es un tierno plano secuencia que desborda creatividad y sensibilidad. Su enfoque artístico me resultó tan cautivador que me dejó con el deseo de explorar más del universo creativo de Güviner. Hay algo poderosamente íntimo y evocador en su narrativa animada que no se ve todos los días.
Si tenéis unos minutos libres, os recomiendo encarecidamente que busquéis estos cortometrajes. Son pequeñas joyas que condensan lo mejor del cine: la capacidad de sorprender, emocionar y transportarnos a mundos inesperados. Imperdibles.
Cerré el día con REAS, de Lola Arias, un musical carcelario argentino que se convirtió en una de las sorpresas más gratas del festival. Lola Arias logra crear un universo musical de una belleza inesperada y cautivadora. Admito que entré a la sala con ciertas reservas, pensando que quizá no sería del todo mi tipo de película, pero salí completamente conquistado por su frescura, sus canciones y unos personajes que se quedan grabados en la memoria.
Lo que más me sorprendió fue la humanidad, que se refleja en los vínculos entre las protagonistas. Cada relación, cada interacción, transmite una autenticidad conmovedora que va mucho más allá de los límites de la pantalla. Además, las canciones no solo funcionan como un recurso narrativo, sino que se convierten en un puente emocional que conecta a los personajes con el público de una manera muy potente.
Estoy deseando que la banda sonora esté disponible en Spotify, porque es un deleite que merece ser revivido. Por otro lado, el enfoque metacinematográfico que Arias emplea para recordarnos que estamos viendo a personas reales es simplemente brillante. Esa capa adicional de realidad no solo enriquece la experiencia, sino que la hace aún más inmersiva.
Ver REAS en una sala llena, compartiendo risas y emociones con el público, transformó la proyección en una experiencia profundamente colectiva. Es una de esas películas que no solo disfrutas, sino que también agradeces haber visto en compañía, porque la energía compartida amplifica todo lo que tiene de especial. Sin duda, mi descubrimiento más agradable del festival y una experiencia verdaderamente cautivadora.
Cierro esta crónica con dos películas más, comenzando por Bogancloch, de Ben Rivers. Esta obra marca la segunda parte de su exploración del universo de Jake Williams, un sujeto que ya había sido protagonista de su anterior ficción. Además, tuve la suerte de entrevistar al director, una conversación que ya podéis leer en este el blog. Ben Rivers es uno de esos cineastas cuya valentía y visión única agradeces profundamente, especialmente en un panorama donde lo experimental ya no tiene tanto lugar.
Bogancloch retoma elementos de su predecesora, pero introduce una sutil repetición con variantes que la elevan como una secuela digna. Detalles como los momentos en que Jake Williams toma la palabra, la incorporación de música, o la aparición de nuevos personajes funcionan como pequeños gestos que renuevan el universo narrativo de Rivers. Es como si el director entendiera que el mundo ha cambiado lo suficiente como para necesitar una evolución, y responde a ello con un lenguaje visual que desafía expectativas.
Especialmente notable es el uso del color, un recurso que añade profundidad y contraste en esta entrega. Sin embargo, el punto culminante es el travelling final, que literalmente “despega” hacia las estrellas, un movimiento que expande los límites de la historia hacia algo más vasto y contemplativo. Es una declaración de intenciones: Rivers no solo quiere narrar, quiere trascender.
De verdad espero que Bogancloch tenga algún pase adicional en Barcelona, porque lo que Ben Rivers propone no tiene comparación. Su enfoque experimental, audaz y completamente fuera de lo común, es un soplo de aire fresco en el cine contemporáneo. Seguimos necesitando miradas como la suya, capaces de reinventar los formatos y de seguir sorprendiendo.
Cerré la semana con la proyección de Cortos Nacionales II, donde destacaron dos trabajos muy diferentes: Cambium, de Maddi Barber y Marina Lameiro, y Las novias del sur, de Elena López Riera.
Cambium arrancó como un retrato experimental y audaz sobre el cambio en los Pirineos navarros. Durante los primeros diez minutos, el corto promete mucho: imágenes evocadoras, un ritmo contemplativo y una atmósfera que atrapa. Sin embargo, a medida que avanza, la propuesta se vuelve algo tediosa y repetitiva. Aunque soy amante de la repetición como recurso narrativo (aquí somos soldados de Robert Bressson), aquí se gestiona de manera un poco opaca, perdiendo el impacto inicial. El mensaje termina siendo claro, pero la forma en que se desarrolla no mantiene la misma fuerza que al principio, lo que diluye parte de su potencial.
Por otro lado, Las novias del sur fue una auténtica revelación. Este documental aborda el matrimonio y las relaciones sexuales desde la perspectiva de mujeres de la tercera edad. Es profundamente conmovedor observar cómo estas mujeres, que en otro tiempo estuvieron sujetas a los tabúes y restricciones sociales, encuentran ahora el espacio para hablar de temas que antes eran impensables. El documental no solo da voz a sus historias, sino que se convierte en un ejercicio de memoria y liberación.
Lo que resulta más fascinante es ver cómo el matrimonio, como institución, ha moldeado sus vidas y cómo, a su vez, estas mujeres han evolucionado como individuos. Aunque hay momentos ambiguos que pueden desconcertar al espectador, esto no le resta mérito al filme, que se siente absolutamente necesario en su crítica a las normas sociales preconcebidas. Las novias del sur nos invita a reflexionar sobre los cambios generacionales y la importancia de cuestionar las estructuras tradicionales, mostrando que nunca es tarde para recuperar el control sobre nuestras propias narrativas.
Ambos cortos, a su manera, ofrecen perspectivas interesantes y dejan reflexiones valiosas, aunque con grados de efectividad diferentes. Sin duda, fue un cierre diverso y estimulante para la semana.
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