Creo que Andor debería ser visionado obligatorio para cualquier amante del cine, sea o no fan de Star Wars. Después de la caída estrepitosa de la saga bajo las órdenes de Disney, es muy fácil desestimar esta serie como un producto más – otro churro quemado por la maquinaria del Ratón.
Pero no es el caso. Aquí hay metralla.
Andor es una obra de arte redonda, atrevida y madura, que nos invita a ver con ojos nuevos la galaxia muy muy lejana de Lucas. No se mide con series como El Mandaloriano o Ahsoka en sus ambiciones, sino con potentes dramas como Juego de Tronos, Succession o Severance. Es un proyecto lleno de intención, pasión y significado, que contrasta brutalmente con el panorama hiper-infantilizado, bebedor de nostalgia e iconografía vacía que Disney ha promovido como dirección general de la saga. No sé de dónde ha salido, ni cómo ha podido brotar de este medio infecto, pero me alegro de que esté aquí y de que, en 2025, pueda afirmar sin miedo a equivocarme que Star Wars es capaz de volver a inspirar y a emocionar genuinamente.

Yo, como muchos de vosotros, intuyo, me he pasado la infancia y adolescencia fascinado por Star Wars. Es un mundo sencillo de entender pero exótico, lleno de arquetipos marcados – heroísmo y tiranía – luz y oscuridad. Combina lo mejor del western, las historias de samuráis y caballeros medievales, con la ciencia ficción lisérgica propia de su tiempo para crear lo que, en esencia, se ha convertido en un mito moderno. Y no es por casualidad, sino exactamente lo que Lucas buscaba conseguir – la locura es que le haya salido tan bien…
¿Pero salió bien realmente? Para muchos, esto es debatible.
Lucas creó un paisaje para la imaginación, pero al mismo tiempo, esta obra, rebelde en su momento, definió el molde del blockbuster moderno – molde que acabó por tragarse también a su propia creación. La mayor de las ironías es que Lucas siempre tuvo el instinto de un artista antisistema. Su viaje del héroe venía revestido en una alegoría crítica a la guerra de Vietnam y las precuelas reflejaban los Estados Unidos de Bush. La idea más poderosa que Star Wars ha llevado en su material genético desde el nacimiento es la defensa de la libertad ante el control opresivo. Ese es, precisamente, el relevo que Andor toma.

A través del viaje de Cassian Andor (Diego Luna), un personaje, a priori, bastante genérico – ¡el spin-off de un spin-off! – esta serie nos cuenta la historia de las chispas que encendieron el fuego de la Rebelión. Andor podría entenderse, ante todo, como un pequeño estudio del totalitarismo y las sufridas maneras de hacerle frente.
Es inesperadamente ambiciosa en su amplitud de miras. La variedad de personajes y perspectivas que ofrece, todas ellas conectadas con el drama central de la Rebelión incipiente, se complementan y contrastan entre sí para pintarnos un cuadro verosímil de cómo las fuerzas opresoras y de resistencia llegan a combatir en nuestro mundo. Tomando inspiración de las historias reales de movimientos revolucionarios – revolución rusa, resistencia francesa, entre otras – Andor nos invita a explorar, paso a paso, cómo el odio hacia los opresores se convierte en la esperanza del cambio.

A pesar de esta marcada idea central, Andor no viene a comunicar un mensaje sencillo o unilateral. Lo que la hace especial son sus matices y una curiosidad activa por examinar en detalle a sus personajes, tanto héroes como villanos. Syril Karn (Kyle Soller) y Dedra Meero (Denise Gough), agentes del Imperio, merecen una mención a este respecto, porque lo que los convierte en grandes antagonistas es precisamente su humanidad y sus contradicciones. Por otro lado, figuras como Luthen Rael (Stellan Skarsgard) o Saw Guerrera (Forest Whitaker) – ambos, a su manera, de dudosa intención – representan el lado más volátil y salvaje de la Rebelión: el mal necesario para combatir al odio con sus propias armas.
La serie, de esta forma, ofrece un caleidoscopio de grises entre la luz y la oscuridad que nos planteaba la trilogía original. Y lo hace sin perder de vista en ningún momento el motivo de la lucha que sus protagonistas han emprendido. La intensidad y el peligro real de las locuras que llevan a cabo son igual de palpables que la magnitud de la bota que está pisándoles el cuello. Sin necesidad alguna de virtud fingida o propaganda barata, Andor muestra la nobleza de espíritu que reside en la lucha y el sacrificio por la libertad.

Palabras mayores, soy consciente, pero las merece. La dedicación evidente de todos aquellos que han trabajado para llevarla a la pantalla también las merece. Aparte de un guion muy cuidado y unas cuantas grandes actuaciones, estamos ante una serie técnicamente impecable a todos los niveles y de una creatividad sorprendente. Cada planeta que visitamos está lleno de detalles que lo hacen memorable: paisajes nuevos, costumbres, lenguajes, arquitectura, historia… que pueblan una galaxia más viva y creíble que nunca. Es un verdadero deleite para aquellos que quieren empaparse de ambiente y world-building.
En Andor, todo suma.
Se nota cuándo las referencias baratas y vender peluches son el foco de atención y también se nota cuándo una serie tiene agallas y una historia por contar. Todo en Andor rebosa pasión y se nota. Tony Gilroy y su equipo han conseguido – a través de un personaje sin importancia – volver a darle significado a esta saga. No sé por cuánto tiempo y la verdad es que no me importa demasiado lo que el futuro le augura a Star Wars, pero me alegro de que lo hayan hecho, porque esta serie se sostiene por sí misma.

Más allá de formar parte de la saga, Andor interpela al espectador sobre el mundo actual. Genera cuestiones morales desafiantes y ya no ofrece, quizá, el escapismo que las películas originales llevan por bandera. Pero tiene algo de más valor. Nos habla a nosotros, ahora – no a esos niños que éramos cuando jugábamos con espadas láser e intentábamos apagar la luz con la Fuerza – sino a los que han crecido y se plantean cuál es su lugar en el mundo.
Así, con elegancia y sin demasiadas pretensiones, Andor se sale con la suya en todos los aspectos y demuestra el verdadero potencial creativo que se esconde bajo la maquinaria. Esperemos que se les cuelen más perlitas como esta.

