Este año me he lanzado a hacer una crónica detallada del Asian Film Fest, un festival que ya lleva varios años de vida y que, con su extenso catálogo, es imposible que deje indiferente a cualquier cinéfilo de Barcelona. Por cosas del destino, me eligieron como jurado joven del festival, lo que significa que podré descubrir y contar aquí sobre películas que quizá no habría visto por mi cuenta. Así que, toca empezar. Tengo más de 20 títulos por delante, y mucho de qué hablar en este rincón de la web.
Mi recorrido comenzó en el Phenomena Experience, en la inauguración del festival. La entrada del cine estaba llena; la gente hacía cola, esperando para entrar, y la espera se sentía casi como parte del ambiente, con una expectativa palpable en el aire y varias caras conocidas que iban apareciendo. Al ingresar, los organizadores del festival nos dieron la bienvenida y presentaron el amplio catálogo de películas que nos esperaba. La directora del festival también tomó la palabra para compartir una reflexión sobre la importancia de celebrar el cine asiático a diario. Y no podría tener más razón: gran parte de la producción audiovisual mundial proviene de Asia, y muchas veces pasamos por alto un cine que, seguramente, marcará el futuro.
La película de inauguración fue Citizen of a Kind de la directora surcoreana Young-ju Park, un film que sigue la historia de una mujer atrapada en una estafa de phishing telefónico. La directora estuvo en el Phenomena para presentar su obra y, como gesto especial, dedicó unas palabras en catalán para el público -detalle que siempre se aplaude en la ciudad condal-. Citizen of a Kind resultó una excelente elección para abrir el festival: aborda un tema serio y hasta inquietante, pero lo hace de una manera accesible, logrando un buen equilibrio entre el melodrama familiar y una comedia de acción de lo más entretenida. Disfruté muchísimo la proyección; el ambiente en la sala era muy animado, y fue una gran manera de empezar el festival. ¡Ya habrá tiempo para dramas más intensos!
Mi segunda película del festival fue Black Dog, de Guan Hu, que se llevó el premio Un certain regard en el pasado Festival de Cannes. Black Dog podría describirse como una experiencia tan cruda como impactante. La historia se desarrolla en los alrededores del desierto del Gobi, al norte de China, en los días previos a los Juegos Olímpicos de Pekín. Allí seguimos a Lang (Eddie Peng), un exconvicto que regresa a su ciudad natal, ahora casi en ruinas, con un aire fantasmagórico y apenas unos pocos habitantes… y muchísimos perros.
La película nos sumerge en diversas peripecias de Lang, explorando desde conexiones profundamente animales y emocionales hasta eclipses, violencia implícita y Pink Floyd. Black Dog es una reflexión implacable sobre un progreso desolador y casi imposible, que obliga al espectador a contemplar el vínculo entre un hombre y un perro en un entorno donde la conexión humana parece haber desaparecido. La modernidad ha devorado al ser humano como un perro hambriento, y este retrato crudo es lo que hace a la película tan única y merecedora de cualquier galardón. Black Dog ha sido, sin duda, la sorpresa del año para mí; nunca pensé que podría entusiasmarme tanto. Representa todo lo que se puede esperar de una obra que aborda el cambio contemporáneo en las metrópolis. La conexión entre un perro y un hombre nunca fue tan honesta y poética como en esta película.
Si llega a distribuirse en España, no perdáis la oportunidad de verla; es una experiencia única que, inevitablemente, deja a todos con un buen sabor de boca… y quizá alguna lágrima en los ojos.
La inauguración del jurado joven tuvo lugar en el ECIB, con la proyección de April Tragedy, de Hoon Koh. Esta película documental establece un paralelismo entre el genocidio de Ruanda y el levantamiento 4.3. de Jeju, a través de la mirada de dos mujeres que, aunque no vivieron estos eventos de forma directa, exploran un pasado que la historia a menudo ignora. La película pretende ser un viaje íntimo y reflexivo sobre el peso de la memoria colectiva y la búsqueda de justicia histórica.
Sinceramente, April Tragedy fue, para mí, la verdadera tragedia de octubre. Es un documental que, estructuralmente, no tiene claro hacia dónde quiere ir y acaba convirtiéndose en un ejercicio de antropología que no logra abordar de forma coherente un tema tan crucial en los dos territorios que explora. Como propuesta puede resultar interesante, pero su ejecución roza lo vergonzoso. La película reúne testimonios variados, aunque a menudo da la impresión de que los entrevistados hablan casi a regañadientes. Peor aún, en los momentos de mayor emoción, una melodía de piano se superpone a sus lágrimas, generando un efecto que parece hasta burlesco. La búsqueda estética acaba frivolizando por completo tanto la película como los temas que trata. A veces, una idea poderosa no basta para hacer un buen documental, y si el resultado va a trivializar el dolor sin aportar nada, mejor habría sido leer un buen libro de historia.
La siguiente película fue Within a Budding Grove, de Hoby Zhang. Este film malasio sigue la historia de Xili, una adolescente que, tras descubrir que su padre mantiene una relación extramatrimonial con una conocida, decide vengarse a través de un chantaje y, con el dinero, financiar la película de su novio.
Con una estética cautivadora, Within a Budding Grove construye un crimen cargado de culpa, dejando espacio para que el tiempo y el universo interior de Xili fluyan libremente. Hay planos realmente milagrosos en esta película, cuya técnica resulta enigmática y sorprendente. La música de Bach juega un rol fundamental, sumando profundidad a esta obra visualmente impecable. Sin embargo, hacia el final, el filme se dispersa y resulta algo ambiguo en cuanto a su mensaje. Es de esas películas donde el estilo se impone sobre la sustancia, rozando lo pretencioso, sin llegar a un punto claro. Aun así, no deja de ser un ejercicio estético fascinante.
La jornada continuó con la encantadora comedia filipina A Lab Story (Carlo Obispo, 2024), que nos cuenta la historia de Pinky (Uzziel Delamide), una joven que, paso a paso, enfrenta sus mayores miedos y aprende a confiar en sí misma. La película fue tan entrañable como divertida, llena de escenas que provocaron risas y se convirtieron en tema de conversación entre el jurado joven mucho después de salir de la sala. No hay mucho más que añadir, salvo que el productor de la película estuvo presente y nos animó a explorar más cine filipino. Además, se mostró optimista en que el próximo año producirá la primera película filipina nominada al Óscar, lo cual añadió una nota de entusiasmo y alegría a la experiencia.
El segundo día concluyó con Waltz for Three de Arman Zarrinkoub, una de las películas más cautivadoras del festival. La historia gira en torno a un hombre mayor y su compleja relación con su esposa, quien literalmente cierra todas las puertas posibles para evitar confrontarlo. Este thriller ofrece una narrativa atrapante, donde las puertas se abren y cierran constantemente, simbolizando el vaivén de emociones y secretos en una relación cargada de tensión. A lo largo de la película, se exploran temas profundos como la culpa y la posibilidad de redención por los errores del pasado de ambos personajes. Aunque el desenlace pierde algo de fuerza, las actuaciones y el constante misterio sobre lo que realmente está ocurriendo crean una experiencia que no se debe pasar por alto.
Luego llegó Tape, una película de Bizhan M. Tong que reimagina el filme de Richard Linklater (La cinta, 2001). Aunque prometía ser una reinterpretación interesante, terminó siendo una experiencia confusa y frustrante. Las tomas parecían capturadas al azar, sin una intención clara tras la cámara, lo que dificultaba conectar con la narrativa. La historia intentaba construir misterio, pero se quedaba en una ambigüedad que no aportaba tensión, sino más bien la sensación de que faltaba coherencia. No era el tipo de ambigüedad que invita a la interpretación, sino de la que da la impresión de que el director subestima al público.
Esa misma mañana cerró con la película malasia Dead Boys Club (Gavin Yap). Admito que no logré descifrar del todo el concepto de la película, pero eso sí, me lo pasé en grande viéndola. Es una experiencia totalmente surrealista y sin sentido, con un ritmo frenético y plagada de referencias —o quizás copias descaradas— de la cultura pop actual. La trama, si es que hay alguna, gira en torno a un grupo de jóvenes que intenta desentrañar un misterio relacionado con sus miedos en el bosque… o al menos eso es lo que recuerdo. Dead Boys Club parece hacer lo que le da la gana, y aunque roza lo infantil, es justamente ese enfoque despreocupado lo que le da su encanto. Me reí a carcajadas en varias escenas, aunque no estoy seguro de si era porque realmente eran graciosas o porque la absurda mezcla de situaciones en pantalla resultaba imposible de tomar en serio.
Hasta aquí el análisis de los primeros días del Asian Film Fest. En los próximos días iremos publicando más crónicas con todo lo que ha dado de sí el festival.
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