La lasaña tiene sus raíces en la antigua Roma, donde se elaboraba una versión temprana llamada «lasanum». Esta receta inicial consistía en capas de pasta y carne sazonada, aunque carecía de ingredientes como el tomate o el queso que son comunes en las lasañas modernas. A lo largo de los siglos, la receta evolucionó en Italia y se popularizó en todo el mundo gracias a su delicioso sabor y su capacidad para ser adaptada con diferentes ingredientes según la región y la preferencia personal. Hoy en día, la lasaña sigue siendo un plato icónico de la cocina italiana.
Mientras los italianos se atribuyen la autoría de la receta, los ingleses aseguran que la lasaña es un plato inspirado en una receta creada especialmente para el rey Ricardo II en el año 1390 llamada loseyn (pronunciado lasain), elaborada con capas de pasta y queso.
¿Qué tal, novias cinéfilas? ¿Me habéis echado de menos? Yo a vosotros también, os lo aseguro. A veces en las relaciones hay que poner un poco de distancia para valorarlas. «No eres tú, soy yo», que dicen. Y ya sé lo que estaréis pensando: mira que Raúl ha pegado chapas sobre comidas en sus críticas, pero esto de la lasaña no lo he pillado. Tiempo al tiempo, no os preocupéis. Tampoco tengo intención de convertir esto en un blog de cocina, cuando me jubile a los 80 años ya lo haré.
Entrando en materia, llevamos un mes bastante movidito a nivel seriéfilo por parte de las plataformas de streaming. Movidito en el buen sentido, ya que han salido propuestas de todas las formas y colores. Un camarada ya os avisó en un artículo recomendando las series que se venían este año, y si no lo habéis leído aún (sé que sí, caris), aquí tenéis el enlace.
Si no contamos el bombazo de Shogun (2024) por parte de Disney+, la plataforma que más propuestas atractivas ha lanzado es Netflix. Exceptuando la querida y odiada a partes iguales Three Body Problem (2024), de la que mi compañero Serban os ha hablado magníficamente, la plataforma de Reed Hastings se ha lanzado a las series de autor con Ripley (2024) y The Gentlemen (2024). Una serie ambientada en Italia y otra en Inglaterra. Ahora pilláis lo de la lasaña, eh! Os quiero, cabrones. Y es que parece que Netflix se ha lanzado a las series de autor de alto presupuesto, esas que de primeras solo buscarías en HBO Max. En este caso lo ha hecho con dos de los autores más especializados en esto del ideario propio: don Guy Ritchie y don Steven Zaillian.
El primero de ellos no necesita presentación. Desde que saltara a la fama primero con Lock & Stock (1998) y después con la obra maestra Snatch (2000), su carrera se ha forjado a base de personajes malhablados, situaciones inverosímiles y su más que característico estilo tanto de dirección como de producción. Grandes películas como The Man from U.N.C.L.E. (2015), las dos Sherlock Holmes (2009 y 2011) de Robert Downey Jr. o la película en la que se basa la serie de la que hablaremos hoy, The Gentlemen (2019), encumbran su carrera como uno de los mejores directores británicos de la historia, digan lo que digan los críticos de cine. Solo tenéis que ver las notas de la crítica a su filmografía para entender que los supuestos expertos en cine no saben conjugar el verbo molar. Y es que las pelis de Guy Ritchie molan, joder.
En esta ocasión, el director se lanza al mundo de la televisión con un paracaídas de oro hecho a medida por Netflix. Y es que no me extraña, porque todos los que vimos The Gentlemen allá por 2019 nos quedamos con ganas de más. Creó una historia, unos personajes y un submundo de la Inglaterra mafiosa que era muy fácil de exportar a la pequeña pantalla.
Centrándonos en la trama, Eddie Horniman (Theo James) hereda la propiedad rural de su padre, envuelta en un negocio de marihuana y amenazada por criminales británicos. Decide proteger a su familia enfrentándose a ellos, pero se siente atraído por el mundo del crimen mientras se sumerge en él.
Lo primero que se puede decir de la serie es que es muy disfrutable, con una historia que va serpenteando de lo serio a lo ridículo, pero sin perder un ápice de intriga. El reparto, encabezado por un sobrio Theo James y una hipnotizante Kaya Scodelario, es todo un acierto y cumple con su cometido, sobretodo teniendo en cuenta que en la película teníamos dinosaurios de la talla de Matthew McConaughey, Colin Farrell o Michelle Dockery. Es normal que al tratarse de una serie para televisión no se cuente con tantos actores de renombre, pero realmente en esta adaptación no se echa en falta.
Y es que si un guión es bueno, es bueno. Y Ritchie a sus casi 56 años parece no haber perdido su destreza en los libretos. Cuando le da por contar las miserias de la sociedad británica no falla. Eso sí, habrá que perdonarle algún día que aceptara el encargo de Disney para hacer la adaptación live-action de Aladdin (2019). De la serie poco más a comentar, buena dirección y una postproducción marca de la casa, con todos esos elementos que caracterizan al director británico. Corred a verla.
Por otro lado, tenemos a Steven Zaillian. Quizá su nombre no es tan conocido por el gran público, pero si os digo que se trata del guionista de Schindler’s List (1993) o del creador de The Night Of (2016) sobran las presentaciones. Por no hablar de sus libretos en Moneyball (2011, a cuatro manos junto al gran Aaron Sorkin) o The Irishman (2019). Una de las grandes figuras del mundo del cine, vamos.
Igualmente, en el caso de Ripley, sorprende que Netflix le haya dado carta blanca para adaptar la obra magna de Patricia Highsmith. Y es que cualquiera diría que es 28 de diciembre si le cuentan que la compañía de Reed Hastings ha permitido hacer una serie de autor que se cuece a fuego lento y encima en blanco y negro. Inocente. No te puedes fiar de una plataforma que saca grandes series y las cancela como churros. Ojito a los fans de la antes nombrada Three Body Problem porque parece que será la siguiente en pasar por la guillotina.
Y es que para ellos últimamente los números lo son todo. Obviando los movimientos comerciales a nivel de tipos de suscripción – con unos bailes de precios repetitivos – en el caso de una serie si no tiene una gran audiencia o creen que no la verá la suficiente gente, cancelación al canto, independientemente de su calidad. También hay que decir que a alguna de esta gente que forma parte del grupo de suscriptores de la compañía de la N roja no se les puede pedir mucho. Son gente a la que a veces les cuesta sumar 1+1 y necesitan tomar las series en formato papilla: que entren fáciles y para no atragantarse. De ahí que tengan la política de sacar mínimo una serie y una película por semana, engordando de paja su catálogo. Aunque también hay que decir que algunas de sus propuestas son más que interesantes, como las recientes One Day (2024) o la multipremiada Beef (2023).
Después del juicio sin abogado que le acabo de pegar a Netflix, vamos a centrarnos en Ripley. En los años 60, un adinerado contrata a Tom Ripley (Andrew Scott), estafador, para que convenza a su despreocupado hijo de regresar a casa. Tom acepta y se sumerge en un mundo de opulencia, adoptando una identidad falsa. Pero para mantener esa vida, debe tejer una compleja red de engaños.
Las sensaciones iniciales que tienes al ver la serie es que parece que estés viendo una película. Sobre todo por su impecable fotografía y diseño de producción. Es una serie realmente atractiva, de esas en que cualquier fotograma podría ser un cuadro digno de exponerse en cualquier museo o en típica cuenta de Twitter llevada por un hipster pretencioso que no para de colgar fotogramas de películas de Hoyte van Hoytema o Sir Roger Deakins.
¿Y Andrew Scott, qué? No voy a decir nada que no haya dicho anteriormente. Es su puto año. Ya lo dije en su momento con All of us strangers (2023), cuya crítica mecanografiada por un servidor podéis leer aquí. Es el novio perfecto, el villano perfecto y hasta el cura perfecto. En Ripley lo vuelve a bordar dejando una interpretación magnética del personaje homónimo. Te crees todo lo que hace, y ves todo el curro que hay detrás del personaje, que es lo que realmente importa. Lo único que se podría achacar a la serie es su ritmo, y es normal que se trate de una historia que se cocine a fuego lento. Y si no os gusta podéis buscar cualquiera de las otras 300.000 series que hay en el catálogo de la plataforma.
Vaya chapa, joder. Si habéis llegado hasta aquí, que no creo, mandadme una señal. Un DM o algo. Para que sepa que lo que escribo os interesa y vale la pena. Pues parece que el resumen de esta especie de receta + artículo + crítica + editorial + otra crítica (casi me mareo al escribirlo) sea que el modelo Netflix es malo y el de otras plataformas como HBO es bueno. Nada más lejos de la realidad, al final los polos opuestos se atraen y en este mundo con tanta competencia entre plataformas de streaming es bueno para que cada una busque sacar lo mejor de ellas. Y hay propuestas igual de disfrutables, sean distendidas o sesudas, en cualquier plataforma. Pues eso churris, nos leemos en la próxima.