Caro Sorrentino,

El pasado día 19, tras finalizar mi racha de exámenes, finalmente tuve la oportunidad de ver tu nueva película. Entré a la sala cargando un leve prejuicio, sin saber si terminaría amándote más o detestándote aún más tras esta obra. Había leído adjetivos como misógino, subversivo, solipsista, engreído e, incluso, masturbatorio… No sabía cómo debía enfrentarme a esta nueva creación tuya. Pero al sentarme en la butaca, lo entendí: como sucede con todas tus películas, mis ojos debían enfrentarse a ti desnudos.

La película comenzó y, en el instante en que vi aquella carroza flotando sobre el mar, supe exactamente dónde me estaba adentrando. Nápoles se asemejaba a esa carroza: un territorio bello y flotante, suspendido en un mar extenso y profundo. En ese mismo mar nace Parthenope (Celeste Dalla Porta/Stefania Sandrelli), la sirena de Nápoles. Una mujer hermosa que, a lo largo de la película, busca la verdad en un dominio donde esta no existe. Intenta razonar lo que siente, encontrar respuestas en lugares donde jamás se han formulado preguntas. Me preguntaba, curiosamente, si esta sería la primera vez que intentabas hallar una respuesta a un tema recurrente en tu filmografía: la belleza. Y, para ello eliges a una protagonista femenina.

Parthenope es mirada, observada y admirada. Su relación con el mundo está marcada por un entorno masculino. Todos se preguntan qué piensa, qué siente Parthenope, la belleza de Nápoles. Ellos expresan lo que llevan dentro: el autor John Cheever (Gary Oldman) llora por los amores y promesas incompletas; el cardenal Tesorone (Peppe Lanzetta) reflexiona sobre los falsos milagros de San Genaro; o el profesor Marotta (Silvio Orlando) busca descifrar la poética del milagro. Entonces, me surgió una pregunta inevitable: ¿qué piensas tú, Sorrentino?

Parthenope': la carta de amor de Paolo Sorrentino a Nápoles | Traveler

¿Piensas tú en cómo representar la belleza? ¿Es esta belleza la juventud eterna que habita en tus recuerdos de Nápoles? Pero, ¿te has dado cuenta de que Nápoles es el único personaje que no se cuestiona qué piensa Parthenope, ni pretende responderlo? Nápoles simplemente prefiere seguir bailando al ritmo de la música de Riccardo Cocciante. Y, a través de esa música, tú, Sorrentino, sigues su danza. Con tu danza, profundamente felliniana y deudora de Antonioni, se mueven tu cámara y tu montaje. La narrativa episódica, que en La Gran Belleza servía para buscar las raíces, aquí trasciende a otro nivel: ya no hay lugar para lo episódico, porque ahora se persigue la belleza absoluta a través de tus grúas y tus panorámicas.

Sorrentino, te has empeñado en alcanzar esa belleza absoluta, y por ello Parthenope se convierte en tu película más abstracta hasta la fecha. Nunca antes había visto una obra con tanta voluntad de belleza absoluta y objetiva. Tus planos se descontextualizan, tus diálogos adquieren una cadencia shakespeariana e, incluso cuando decides relatar momentos históricos clave de la ciudad, te limitas a sugerir en lugar de mostrar, porque solo quieres embellecer.

Celeste Dalla Porta, la nueva musa de Paolo Sorrentino

Tu obsesión por la belleza y la juventud toma forma en una película que, al final, revela una verdad inquietante: lo que buscas no puede definirse. La belleza de Nápoles es, simplemente, la belleza de Nápoles; la belleza de las personas es la belleza de las personas; y la belleza de tus filmes es, incuestionablemente, la belleza de tus filmes. Si alguien desea encontrar un vínculo que unifique estas bellezas, que lo busque; pero jamás hallará los absolutismos.

Tu decisión de enfrentarte al riesgo de cuestionar la belleza en el siglo XXI me resulta fascinante, especialmente considerando que Parthenope fue producida por Saint Laurent. Reflexioné sobre este hecho a lo largo del filme: ¿por qué recurrir a una marca de diseño de moda para buscar la belleza absoluta? ¿Es posible que nuestros ideales de belleza se hayan reducido a simples instrumentos para generar bienes capitalistas?

Esto me dejó con una sensación extraña, Sorrentino. Hay momentos en los que tu película parece un anuncio de fragancia, como si estuvieras promocionando algo que, en realidad, no existe. Sin embargo, creo que es admirable que te atrevas a hacer una película con este tono. Tu mirada, a medio camino entre lo publicitario y lo punitivo, me parece una clara manifestación de tu desilusión al enfrentarte a esa belleza que tanto buscabas. Sabes tanto de belleza como todos nosotros, pero tú has comprendido algo que muchos no: que quizás nunca podrás definirla del todo. Y, al mismo tiempo, reconoces que tal vez ya la definiste hace años, sin siquiera darte cuenta.

Y así, esta belleza resuena con la juventud, y junto a ella, con la memoria. No es casual que abras la película con la frase de Céline: «La vida es inmensa, por supuesto. Te pierdes en todas partes.» Nápoles es inmensa, por supuesto. Te pierdes en todas partes. Nápoles, bella en todos sus aspectos visibles, se contradice y está llena de imperfecciones, como Parthenope y, en consecuencia, como la juventud. Al igual que con la belleza, nadie puede definir una juventud perfecta ni una absoluta. La juventud es cuestionarse lo que piensa el mundo, preguntarse cómo funciona y cómo sobrevivir en él. Pero, al fin y al cabo, como dices tú, lo importante no es saber, sino ver.

Crítica de 'Parthenope': la fascinación por la juventud y la belleza

Termino esta carta pidiéndote perdón por mis prejuicios. Parthenope no es una película perfecta, pero tu amor por Nápoles contagia al espectador, aunque no logrará contagiar a todos. Tu inclinación por protagonistas masculinos sigue presente, palpable pero no insoportable. A pesar de ello, comprendes la inutilidad del tiempo juvenil como nadie más lo hace. Eres uno de esos autores que llegan a las personas en el momento adecuado, y por eso te doy las gracias.

Parthenope, la sirena de Nápoles, emerge hasta la superficie de la vida para expresar esas ansias juveniles de entenderlo todo y cuestionárselo todo, solo para admitir, al final, que ella misma estaba tan llena de dudas como lo ha estado todo el mundo. Incluso tú, Sorrentino. Porque tu tema favorito, la belleza, al final ha concluido en su propia imposibilidad.

Un beso dubitativo,

Hug.

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