La crisis global provocada por la pandemia de la CoVid-19 ha dejado ciertas secuelas en nuestra sociedad. Es cierto que ya no nos saludamos a golpe de codo ni desconfiamos del primero que tosa en el bus, pero la idea de una sociedad distópica ha cobrado más sentido que nunca. La industria cinematográfica parece encontrar su posición, a caballo entre salas y plataformas, y sus productos coquetean con esta idea de un mundo que llega a su fin por la estupidez del ser humano. Como ejemplo, tres de los contenidos que se proyectaron en mi cine de confianza antes de que empezara Civil War: El tráiler de Furiosa, de George Miller; el tráiler de El reino del planeta de los simios, de Wes Ball; y el anuncio de una compañía móvil protagonizado por Trancas y Barrancas. Distopía absoluta.
Entrando en materia, la premisa que propone Civil War, llama la atención por su supuesto sociopolítico: Texas y California se rebelan contra el gobierno estadounidense y empieza una guerra civil. El director, Alex Garland (Ex_Machina (2015), Men (2022)), no pone el foco en el conflicto institucional o en los pormenores culturales, sino en un equipo de periodistas que pretenden llegar de Nueva York a Washington para entrevistar a un presidente sitiado en la capital durante años a la espera de que los insurrectos lo ajusticien. Por lo tanto, nos adentramos en una road-movie bélica que nos muestra una guerra supuesta que, al fin y al cabo, representa todas las guerras verídicas.
La construcción narrativa se vuelve un descenso a los infiernos de la locura estadounidense a medida que los protagonistas se acercan a la capital. Una suerte de Apocalypse Now en la que la selva camboyana se convierte en la costa este, los ríos son autopistas y el coronel Kurtz es un presidente cobarde, populista e incapaz de mantener el orden del mundo libre. El equipo de periodistas protagonistas está encabezado por una increíble Kirsten Dunst. Su personaje, deshumanizado por su experiencia e incapaz de abandonar la adrenalina de la guerra (recuerda al Jeremy Renner de En tierra hostil), será el líder de esta misión casi suicida y la historia se nos contará a través de sus ojos (y su cámara).
Y es que en Civil War, hay dos tipos de disparos: los de las balas (que hacen retumbar la sala gracias a un estupendo diseño sonoro) y los flashes de las cámaras. La fotografía es el arma de los periodistas que protagonizan la película y que libran su propia guerra. Las cámaras son fusiles y los carretes son munición. Garland tiene claro que la prensa puede ganar una guerra (o unas elecciones) condicionando la opinión pública. La máxima del periodismo fotográfico es que una imagen vale más que mil palabras, y el director se lo toma al pie de la letra evitando sobreexponer el contexto político de la historia y subrayando mucho las imágenes más impactantes. Tortura, ajusticiamientos, sangre y vómito. Todo lo que desde occidente nos esforzamos por ignorar cuando en las noticias nos hablan de guerra en países exóticos, y que los periodistas fotográficos nos recuerdan con su trabajo.
La película no tiene solo una fuerte carga ideológica. A Garland le encanta avasallar a la audiencia con ideas y conceptos originales (por eso es una de las voces de la ciencia ficción del siglo XXI), pero no está interesado en ahondar en estas ideas. Planta semillas en nuestras mentes y dibuja un cuadro a brochazos gordos. No encontramos sutileza o sosiego en las imágenes de Civil War, sino que la película es una especie de rap protesta que no para. Es chillona, ruidosa y nunca pide perdón. Garland, además, aprovecha que A24 le ha dado el mayor presupuesto de la historia del estudio (50 millones de dólares) para jugar con las posibilidades técnicas. Una vez ha ideado su planteamiento narrativo, el director se atreve con propuestas arriesgadas en montaje, sonido y banda sonora.
En definitiva, Civil War es una película atrevida y valiente, que no debe leerse como un estudio político de Estados Unidos, sino como un film de aventuras con mucha mala leche. Su propuesta estética y narrativa vale la pena y vuelve a demostrar que Alex Garland es uno de los guionistas más creativos del panorama estadounidense actual, sin dejar de lado su faceta como gran cineasta. Es evidente que estamos en año electoral y la Casa Blanca y si el para Garland el periodismo es un arma política, estoy seguro que películas como Civil War o la esperada The Apprentice, de Ali Abbasi, pueden jugar un papel en estas elecciones.