Cerdita (2022) – y su directora Carlota Pereda – irrumpieron en la escena del cine de terror y suspense español con un impacto que pocos otros debuts pueden atribuirse. Por ello, es interesante fijarse, esta semana, en el estreno de La Ermita, segundo largometraje de Pereda, que aborda de nuevo el género, pero esta vez desde un ángulo muy distinto. La Ermita mezcla folklore de fantasmas con historias familiares y apunta a un tono gótico marcado que no se desvía mucho de la fórmula clásica. La trama, que en la mayor parte de su recorrido carece de fuerza y sorpresas, trata el trauma de una niña muy joven, convencida que tiene el don del espiritismo.

El alma de La Ermita reside en dos relaciones de madre e hija que juntan a los personajes centrales. La niña, Emma, lidia con la enfermedad terminal de su madre y su inminente partida. La médium, interpretada por Belén Rueda, ha pasado ya muchos años sin tener contacto con la suya, y lidia con los complejos sentimientos creados por su reciente muerte, que la obliga a volver a su pueblo de infancia. 

Y la historia fluye sin mucho empuje desde que estos dos personajes centrales se encuentran. No hay un fuelle vital ni una urgencia que empuje a los personajes hacia su objetivo. Emma quiere aprender a hablar con los muertos y Carol, la médium, se mantiene al margen. Ella no cree en los espíritus, toma el papel cínico del detective de cine negro que no acaba de involucrarse de lleno en el misterio hasta que casi es demasiado tarde. Sin embargo, ella tiene un corazón de oro y está llena de sensibilidad reprimida a todas horas por una coraza construida con dolor. Le cuesta manifestar la sinceridad pero, aún así, esta se muestra en los momentos debidos. 

La profundidad de los personajes no va mucho más allá de esto. Son todos bastante arquetípicos y, aunque la promesa inicial de sus tramas suscite un tanto de interés, este se va desdibujando a lo largo de la película debido a que no sorprenden jamás. No se desencadenan nunca de las sendas preestablecidas por sus arquetipos y nunca toman decisiones que alteren el curso esperado de la trama. Por otro lado, sus conflictos internos tampoco se exploran lo suficiente para llegar a ninguna revelación significativa sobre sus caracteres o su psicología. 

Si estuvieramos ante otro tipo de película, nada de esto sería tan grave problema. Sin embargo, para una cinta que se presenta como una exploración del trauma y de las relaciones familiares, es fundamental conocer en profundidad a los personajes y sentir sus conflictos en toda su complejidad para encajar el peso del drama como es debido. 

Destacan ciertas imágenes, como la de los hombres-pájaro, los típicos médicos fantasmales de la plaga, que se convierten en las sombras amenazadoras de la película. Pero este tipo de triunfos estéticos momentáneos se ven eclipsados por una obra cuyo mundo no es, generalmente, del todo creíble y vivo. 

Lo cierto es que La Ermita muestra potencial en su estilo visual y, sobre todo, en lo que su premisa guarda, pero no alcanza a desarrollar ninguna de sus facetas lo suficiente para atrapar y dejar volar la imaginación. Es un drama de terror que no acaba satisfaciendo ni por sus sustos ni por sus momentos emocionales. 

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