A primera vista, los Juegos del Hambre es una película condenada a estar atrapada en 2012.
Está basada en un libro que fue best seller en 2008, forma parte de una tendencia a adaptar novelas para un público joven adulto que terminó en 2012 (sustituida por el cine de superhéroes), se planeó para ocupar el vacío que dejó otra saga de libros adaptados al cine terminada en 2011 (cuya autora no mencionaré, pero rima con NERF).
Incluso a nivel temático se planteó como una reflexión sobre los realities, cuya presencia en el mainstream ha perdido muchísima fuerza desde la salida de los Juegos del Hambre. Pocas obras críticas de una tendencia sobreviven a la desaparición de lo que critican.
Empiezas Los Juegos del Hambre y esperas ver “una peli de su momento”, anclada en la actualidad de hace 11 años. Sin embargo, Gary Ross y Suzanne Collins crearon una película que se vuelve más presente con cada año que pasa al poner el núcleo temático de la película en una generación joven decepcionada y la falsa ilusión de la meritocracia.
Para empezar, está llena de figuras de autoridad decepcionando a sus hijos.
A un nivel de familia, tenemos a Katniss (Jennifer Lawrence) siendo obligada a tomar el lugar de su madre cuando esta es incapaz de cuidarlas a ella y su hermana tras la muerte del padre. Es la hija quien se ve obligada a cazar, comerciar y en general proveer para las tres.
Al principio la película nos muestra esto de manera sutil, con Prim (Willow Shields) hablando a su madre y Katniss respondiendo en su lugar, dejándola en segundo plano. Pero se vuelve explícito en el momento en el que la protagonista es escogida como tributo a los Juegos del Hambre (por tanto, condenada a una muerte casi segura) y en lugar de llorar le ordena a su madre que no se bloquee cuando muera en los Juegos y siga cuidando de su hermana.
Katniss y Peeta (Josh Hutcherson), tras ser elegidos para los Juegos, conocen a quienes los van a acompañar hasta el comienzo de estos: Effie (Elizabeth Banks) y Haymitch (Woody Harrelson). Ambos hacen el papel de mentores y ambos fracasan estrepitosamente.
Effie es cálida y claramente le importan ambos jóvenes, pero está tan absorbida por los mitos de esa sociedad distópica que es incapaz de entender el sufrimiento de los tributos ni ofrecerles confort, cegada por la supuesta “gloria” de haber sido elegidos.
Haymitch fracasa como mentor por todo lo contrario: es un antiguo ganador de los Juegos tan consciente de la distopía en la que viven que se ha encerrado en una espiral de depresión y alcoholismo. Tiene un pequeño arco de personaje en el que acaba implicándose en los Juegos para conseguirles recursos a ambos jóvenes, pero se siente poco y tarde.
Poniéndonos un poco freudianos, si hay un “padre” que más decepciona a sus “hijos” es el Presidente Snow (Donald Sutherland), dictador del Capitolio (el gobierno en este universo). Tiene absolutamente claro que los Juegos del Hambre son una farsa, una herramienta para entretener a las élites y mantenerlas obedientes a la vez que reprime a las clases más bajas. No cree que haya gloria en los Juegos y en todo momento está claro que se cree la persona más inteligente del país, condenando a miles de ciudadanos a morir en ciclos de violencia (dentro y fuera del evento) solo para mantenerse en el poder. Es un villano interesante porque sabe que lo es y le da igual mientras venga acompañado de control absoluto.
Como joven que sufre cada día las consecuencias de las decisiones de generaciones anteriores, esta faceta de la película me pareció completamente actual. Estoy seguro de que futuras generaciones pensarán lo mismo.
Pero esta crítica a la inactividad de las figuras de autoridad no es la idea más interesante que propone los Juegos del Hambre. En ese sentido, su presentación de la meritocracia como un mito perpetuado por ilusos y manipuladores se lleva la palma.
En este universo hay dos tipos de ciudadanos. Por un lado, los que han nacido con un nivel socioeconómico privilegiado y piensan que todo el mundo tiene las mismas oportunidades. Por otro, los que no han nacido con esos privilegios y no pueden hacer nada para cambiarlo. Lo que diferencia a los Juegos del Hambre de otras obras distópicas con premisas similares (1984, Dune, LinkedIn) son los susodichos juegos.
En teoría, cualquiera de los 24 participantes puede ganar. Sea un niño rico del Distrito 1 o una hija de mineros del Distrito 12, si se ganan al público y son hábiles tienen una oportunidad. La frase que siempre acompaña a los Juegos es «May the odds be ever in your favour» (Que las probabilidades estén siempre de vuestro lado), y los representantes del Capitolio se aseguran de decirla en cada Distrito antes de escoger a los participantes.
Pero cuando Effie la suelta en el 12, no hay vitores ni aplausos. Porque las probabilidades ni están de su lado ni lo han estado nunca. Katniss es probablemente la representante más capaz que ha tenido el Distrito en años, porque ha crecido cazando y sobreviviendo. El pasar hambre la ha obligado a evolucionar y crecer, la prueba viviente de que un ganador puede surgir de la nada y de que la meritocracia existe.
Pero pisa el Capitolio y conoce a Cato (Alexander Ludwig), el representante del Distrito 1. Cato ha entrenado toda su vida para ganar los juegos, dominando cualquier forma de violencia y siendo capaz de partir un cuello sin demasiado esfuerzo. Y como ha crecido en un Distrito pudiente, ni siquiera ha tenido que pasar hambre para tener motivación.
La película en ningún momento insinúa que Katniss puede plantar cara a Cato. Lo único en lo que le supera es en escalar árboles y disparar con arco, porque es a lo que se ha dedicado durante toda su vida. Y si por algún milagro estuviesen igualados en un combate cara a cara, Cato ganaría al contar con una alianza de Cayetanos representantes de otros Distritos de élite unidos por su desprecio a los pobres. La meritocracia solo existe si tienes padres ricos.
En contraste con la alianza nacida del desprecio de Cato, los aliados que Katniss consigue son Rue (Amandla Stenberg), una niña del Distrito 11 a la que protege por empatía, y Peeta, su compañero de Distrito que está claramente enamorado de ella. La película dice que los ricos se unen por desprecio y superioridad y que los pobres lo hacen por empatía y humanidad. También dice que los pobres nunca ganan.
En la decisión final que toman Katniss y Peeta es cuando los Juegos del Hambre se convierten en una analogía explícita de la meritocracia como mito. Solo uno de los dos puede sobrevivir, y en cuanto reciben esta noticia Peeta se ofrece como sacrificio implicando que es Katniss quien “se merece” ganar. Ella se niega y, en lugar de erigirse como ganadora y perpetuar el mito, escoge sacrificarse junto a él. Sin alguien ganándose un sitio en la élite, la meritocracia queda expuesta como lo que realmente es: una competición sin sentido entre iguales, persiguiendo una ilusión.
Segundos antes de que se suiciden, la organización los para y permite ganar a ambos. Snow prefiere plegarse a los deseos de dos jóvenes antes que exponer la farsa de los Juegos, es un dictador pero es inteligente. Sabe que los Distritos pobres se mantienen leales por una única promesa:
Gana los Juegos del Hambre y forma parte de la élite.
Compra un billete de lotería y conviértete en millonario.
1 Comment