Apenas amanece. La naturaleza acaba de despertar con los primeros rayos de sol y unos patos pasean a nado por las aguas del Black Lake. En la mansión de los Packard, en la parte más alta del pueblo de Twin Peaks, Washington, Josie Packard (Joan Chen) se maquilla; preocupada, inquieta. Pete Martell (Jack Nance) besa a su mujer, Catherine (Piper Laurie), que solo aparta la mirada del periódico para mirar con desprecio a su marido. “Me voy a pescar”, dice Pete antes de salir por la puerta. Josie lo ve salir; sigue angustiada. Pete recorre los pocos metros que separan su casa del lago. “Suena la solitaria sirena de niebla” suelta al aire mientras echa un vistazo al cielo, comprobando la meteorología. Se detiene. Se gira y percibe algo que desequilibra la armonía del paraje natural del Black Lake. Hay algo envuelto en plástico a orillas de las aguas cristalinas. A Pete solo le acompañan hasta el bulto no identificado los perturbadores acordes extradiegéticos de Angelo Badalamenti, poseído por los ángeles. Pete deja sus artilugios de pesca en el porche y se apresura cauteloso a saciar su curiosidad. A estas alturas lo único que anhela es que su mente le haya jugado una mala pasada. Un plano subjetivo confirma, tanto a Pete como al espectador, sus peores temores: lo que está envuelto en plástico a orillas del Black Lake es un cuerpo sin vida. Pete se agacha, tratando de reconocer a la chica muerta. Vemos su pelo rubio a través del plástico.

Y así, en un minuto y cincuenta-y-dos segundos, cambió para siempre la historia de la televisión. El 8 de abril de 1990, la ABC emitió estas imágenes junto al resto del primer episodio de la serie creada por David Lynch y Mark Frost; si me preguntáis, el mejor piloto de la historia de la ficción televisiva. El misterio de quién mató a Laura Palmer fue el gancho perfecto para enganchar a medio mundo al circo de excentricidades de David Lynch. El descubrimiento del cuerpo de una adolescente es el desencadenante perfecto para que salgan a la luz los secretos más oscuros de una comunidad a la que, hasta el momento, le valía con fingir normalidad. Lynch no se cansa de cuestionar los valores morales de las comunidades aparentemente perfectas, podridas por la promesa del sueño americano.

Por supuesto, al bueno de Lynch no le interesa elaborar un relato policial al uso; para decepción de miles de televidentes. Lynch (siempre de la mano de Mark Frost) dibuja un tapiz de personajes y atmósferas que enganchan mucho más que cualquier interrogatorio o persecución. La serie no deja de ser enigmática y por cada respuesta que se rebaja a dar, genera cuatro o cinco preguntas más. Las secuencias surrealistas y los personajes excéntricos son marca de la casa, y no tendrían porque funcionar si no fuera por el halo de misterio y seducción que los rodea constantemente. Twin Peaks (el pueblo) es el protagonista de la serie y sus localizaciones, personajes y (insisto) la música de Badalamenti, generan una codependencia extraña con la audiencia. Viendo las dos temporadas, el espectador desea vivir en Twin Peaks y, al mismo tiempo, le resulta el lugar más aterrador del planeta. Como ya exploró en su película anterior, Terciopelo azul (1986), el cineasta de Missoula convierte al espectador en un voyeur; o lo destapa como tal, pues, en el fondo, todos disfrutamos de reducir la velocidad ante un accidente de tráfico.

Puedes preguntar a cincuenta personas por su personaje favorito y recibirás cincuenta respuestas distintas. Aquellos que valoren el humor como punto fuerte del show se decantarán por la inocente Lucy (Kimmy Robertson), secretaria de la oficina del sheriff, o por la histérica Nadine (Wendy Robie); a carisma nadie gana a la joven y resuelta Audrey Horne (Sherilyn Fenn), salvo quizás su padre, el gañán empresario Ben Horne (Richard Beymer); otros se encandilan por la extrañez que generan la señora que anda con un tronco en brazos, Margaret Lanterman (Catherine Coulson), o el hombre epiléptico de un solo brazo, Philip Gerard (Al Strobel). Hay dos personajes, sin embargo, que encarnan el alma de la serie y son el agente especial del FBI Dale Cooper (Kyle MacLachlan) y la fallecida Laura Palmer (Sheryl Lee).

Dale Cooper, más que un personaje, es un símbolo. Para empezar, simboliza al espectador, pues, a través de sus ojos descubrimos el pueblo de Twin Peaks. Su fascinación por las gentes, los lugares, las tradiciones y la calidad del café riman con la intriga que sienten aquellos al otro lado del televisor. Cooper es un hombre brillante, pero no mira a nadie por encima del hombro en ningún momento. Todos somos (o queremos ser) como el afable, inteligente y encantador agente Cooper. El personaje encarando por Kyle MacLachlan también simboliza al propio David Lynch, mucho más interesado en aquello que trasciende lo terrenal que por encontrar al asesino. Cooper cree en el poder revelador de los sueños y vive ajeno a las convenciones impuestas, a pesar de ser querido por todos. El tupé delator que corona la cabeza de MacLachlan revela la grieta entre autor y personaje. Por último, Dale Cooper simboliza el bien. Twin Peaks es, al fin y al cabo, un relato del bien contra el mal. El mal está personificado en Bob (Frank Silva), que encarna lo inhumano, lo animal, la maldad en estado puro. La única esperanza que tiene el bien llega de la mano de Cooper al pueblo. Un pueblo fronterizo podrido, corrupto y abandonado por la civilización. Al fin y al cabo (¿no os lo había dicho?), Twin Peaks es un western. Dale Cooper es el sheriff (con el permiso de Michael Ontkean) que llega para restablecer el orden en un pueblo donde la violencia es la norma. El saloon es un “diner” que sirve café en lugar de whiskey y más que vaqueros a caballo, lo que encontramos son adolescentes moteros, pero el espíritu de John Ford está en cada hilo narrativo (no en vano Lynch interpretó a Ford en Los Fabelman, de Steven Spielberg; cierre perfecto del círculo).

Vuelvo al reparto, que me pierdo. El otro personaje que encarna lo que es Twin Peaks es Laura Palmer. La joven reina del baile ya ha sido brutalmente asesinada cuando empieza la serie, pero su presencia invade todas las tramas de los primeros 17 episodios (los 8 de la primera temporada y los 9 primeros de la segunda). Cuando la serie agota el potencial de Laura, se ve obligada a desviarse y pierde mucho fuelle, pues la atmosfera de misterio se desvanece y se ve forzada a añadir peligros que funcionan de una forma mucho menos orgánica. El misterio real de la serie es quién fue Laura Palmer -quién la mató solo nos interesará cuando nos adentremos en la absoluta pesadilla que es Twin Peaks: Fuego camina conmigo (1992)-. Laura es un personaje tan torturado y cargado de secretos que cambia por completo en el imaginario del espectador una vez termina la serie. Ella está presente en todos los secretos que esconden los ciudadanos aparentemente modélicos de la localidad montañosa, a veces como confesora y otras como tentación.

Podría ahondar en los temas y milagros de Twin Peaks hasta que os doliera el índice de hacer scroll hacia abajo, pero me estoy metiendo en una obra tan inabarcable que lo mejor será que dejéis de leer y os pongáis a ver la serie. Yo he terminado de revisionar las dos temporadas hace nada y ya estoy tentada de volver a ponerme el piloto.

Leave a comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.