Quedarte encerrado en la nostalgia puede estar bien a veces, en monodosis y con precaución. Puede llegar a destrozarte por dentro y a matarte en vida lentamente. Pero es verdad que hay veces que tenemos que tirar de retrospectiva para ser conscientes de donde venimos y de por qué estamos aquí. Y pasa igual en las relaciones. Sin ser yo experto en este tema, gracias a mi extenso conocimiento sobre ficción romanticona, hay un punto de las relaciones que las cosas se vuelven rutinarias. Con la fase de luna de miel cuatro capítulos atrás, se ven más las aristas de la otra persona y esa magia inexplicable de los primeros años desaparece y se convierte en pagar facturas, pequeñas riñas por quién no ha lavado los platos y, en el peor de los casos, una alienación del individuo dentro de la relación.

De esto nos habla La belle époque (Nicolas Bedos, 2019), una película francesa del 2019 que tenía enterrada en mi lista de películas pendientes y, de la cual, me había olvidado. La belle époque nos habla de Victor (Daniel Auteuil) y Marianne (Fanny Ardant), una pareja ya entrada en sus sesenta años con una relación que pende de un hilo muy fino. Victor está chapado a la antigua, no quiere ni pretende entender el nuevo mundo tecnológico que lo rodea y Marianne se niega a quedarse anclada en el pasado y está al día de todo lo que pasa a su alrededor. El momento en el que Victor era un renombrado dibujante de cómics queda ya muy lejano y él no ha querido reinventarse. Cuándo, finalmente, Marianne lo echa de casa, Antoine (Guillaume Canet), uno de los mejores amigos de su hijo, le ofrece a Victor probar una experiencia en la que podrá revivir la época que él prefiera. Sin nada en la vida, Victor accede y le pide rememorar un bar del Lyon del 1974, donde conoció a Marianne.

Las interpretaciones son impresionantes. Desprenden una pureza y un realismo que hacía tiempo que no encontraba en una película. Aunque tengamos la pareja principal, tenemos también otro dúo protagonista, Antoine y Margot (Doria Tillier), el director y artífice de todo el conglomerado de experiencias, y la actriz más rebelde de estas. Antoine y Margot tienen personalidades muy fuertes que chocan a la mínima que hay roce, pero tienen esa química intrínseca difícil de crear artificialmente. Después de ver que en su relación ha habido más bajos que altos, Antoine le suplica que interprete al personaje de Marianne dentro de la experiencia de Victor, cosa a la que acaba accediendo con sus propias condiciones y usando la improvisación como arma principal (que, dentro de estas experiencias, parece la peor de las opciones). La evolución de los personajes es magnífica y, dentro de los aspectos más arquetípicos que podemos encontrar en el guion analizándolo fríamente, la forma en que se trata los personajes hace que no te pares a pensar en ello.

La belle époque, a partir de dos vínculos amorosos, nos muestra las complejidades de las relaciones de pareja desde dos puntos vitales opuestos. Un guion que bebe mucho de mi amado Charlie Kauffman y que recuerda mucho al neurotismo y perfeccionismo de The Rehearsals de Nathan Fielder y de esa nostalgia única de Spike Jonze que da el broche dorado a una película muy completa. Un cóctel de emociones que nos demuestra que hay sentimientos que no se pueden fingir, que salen de una parte de nuestro corazón que no llegaremos nunca a entender.

Un punto muy a favor de La belle époque es que no pretende ser nada más de lo que es. No hay ínfulas de cine de autor ni pretensiones de ser la teoría definitiva sobre el amor. Simplemente, nos recuerda que a veces está bien mirar atrás para ver de dónde salía esa ilusión y que, a veces, volver a los inicios es la clave para continuar.

Me jode reconocerlo, pero hay muchas cosas que a los franceses se les da de puta madre, y una de estas es la nostalgia.

Leave a comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.