En las películas pasan cosas.
¡Gracias por leer la crítica! Si buscais otro contenido en Blockbuster Keaton este mes vamos a sacar el top de… No, ahora en serio.
En las películas pasan cosas. Los personajes toman decisiones que desembocan en consecuencias y/o en otros personajes tomando más decisiones que desembocan en más consecuencias. A veces son buenas decisiones, como salvar a alguien. Otras veces son malas decisiones, como invertir miles de euros en una diplomatura de guión (texto patrocinado por el Instituto del Cine de Madrid). Da igual el contexto, en toda película los personajes toman decisiones e, insisto, pasan cosas.
Entonces, ¿Cómo haces una película sobre la inacción? ¿sobre estar tan atrapado en tu colección personal de círculos viciosos que salir de ellos parece imposible? Es una propuesta complicada de base: el cine depende de acciones, de decisiones y de consecuencias. Lo primero que te enseñan en una clase de guión exageradamente cara es que el conflicto debe surgir de los personajes. Es dificilísimo hacer una película interesante sobre alguien que no toma decisiones.
Y sin embargo, Los Últimos Románticos (Azken Erromantikoak, David P. Sañudo) hace que parezca sencillo.
La película (que se presentó en la pasada edición del festival de San Sebastián) sigue a Irune (Miren Gaztañaga), una mujer atrapada en su propia colección de limbos: No puede afrontar la muerte de su madre y es incapaz de entrar a la antigua habitación de esta. Trabaja en una fábrica de papel que, sin llegar a quebrar, está cada vez más cerca de ello. Tiene una relación ambigua con un operador de RENFE al que no conoce (y puede que no exista) que la aparta de amores más cercanos y reales. Tiene un vecino violento que nunca llega a hacerle daño, pero es siempre una presencia peligrosa.
Lo más cercano a una trama que tiene la película es la protagonista recorriendo médicos para diagnosticar un bulto en su pecho, con la amenaza del cáncer siempre presente pero nunca confirmada.
El secreto de Los Últimos Románticos es que no es realmente una película sobre no tomar decisiones, sino sobre tomar siempre la misma decisión: mantenerse inmóvil. Irune reside en un punto de su existencia en el que ni hay vida, ni hay muerte. Ama a alguien que quizás no exista, teme un cáncer que quizás no lo sea. Los momentos en los que intenta salir de ahí, su entorno fuerza la inacción por ella, cómo se ve en la cantidad de médicos que la envían a una nueva consulta o en sus vecinos haciendo de menos su preocupación por el hombre borracho y violento que vive en el bloque.
Alguien más pretencioso que yo diría que es una película sobre el limbo y tendría razón, así que para explorar esa idea voy a fingir que soy así de pretencioso durante el resto del texto y de mi vida.
Los Últimos Románticos no cuenta con comienzos ni (al menos en apariencia) finales. Todo conflicto ha empezado antes del primer fotograma, incluso el posible tumor de Irune es (quizás) un cáncer heredado de su madre, ya fallecida cuando la conocemos. La protagonista ha estado, está y estará atrapada en su propia vida.
Esta sensación de limbo empapa cada faceta del metraje: la fotografía evita los extremos, ni colores vivos ni blancos ni negros, utilizando en su lugar todos los grises que te puedas imaginar. Irune pasa el tiempo realizando figuras de papel, representaciones estáticas de seres vivos que ni están vivos ni están muertos. Incluso la (increíble) interpretación de Miren Gaztañaga mantiene a la protagonista en un equilibrio perfecto entre no mostrar emociones y mostrar más de lo que el personaje se da cuenta.
Es una obra que parece decir a la audiencia que todas esas situaciones de mierda por las que están pasando van a durar para siempre. Ese diagnóstico nunca llegará, no vas a cambiar de trabajo, este mes también te cobran la puta diplomatura de guión.
La bajona de domingo hecha película.
No debería poder recomendar una película así, pero, aún así, os recomiendo Los Últimos Románticos. Porque todos esos limbos que se construyen con cuidado durante una hora se acaban derrumbando en los últimos treinta minutos. Casi por sorpresa, la película revela lo que quiere contar y se convierte en una experiencia catártica sobre como, queramos o no, siempre se sale de los círculos viciosos. El estado natural de las cosas es el movimiento.
La acción puede a la inacción, los conflictos enterrados brotan, el frío se transforma en calidez o en fuego. Todo mejora, todo empeora, todo cambia. Irune se esfuerza por mantenerse inmóvil, la película no se lo permite.
Los Últimos Románticos va sobre como el estado natural de las cosas es la vida o la muerte. El limbo es una invención humana.