El contexto en el que nacemos determina, en gran parte, la vida que nos va a tocar vivir. El sueño americano dicta que cualquiera, en un Estado liberal, puede llegar a lo más alto con fuerza de voluntad y buenas decisiones, pero lo cierto es que esta premisa encierra muchísima letra pequeña. Sean Baker ha dedicado su carrera a plasmar el lado oscuro del sueño americano a través de obras profundamente humanistas. Los personajes de Baker son perdedores y fracasados que se han quedado a medio camino y se han visto abandonados a los sectores más marginales de la sociedad, normalmente ejerciendo trabajos sexuales para salir adelante. Si en películas como Tangerine (2015) o The Florida Project (2017) vemos personajes resignados con sus vidas y buscando algo de luz en una vida construida a base de sueños truncados, Anora muestra como la ingenuidad de los jóvenes puede llevarlos a creer que sí que se puede triunfar en los Estados Unidos.

Annie (Mikey Madison) es el típico personaje de Baker, por lo menos de entrada. Una chica que, dada su situación económica y familiar, trabaja como stripper en un club neoyorkino y busca llegar a final de mes con servicios de escort fuera del local. Nunca ha creído que pudiese ser más que eso (porque nadie se lo ha hecho creer) e intenta hacer su trabajo lo mejor posible; como cualquier hijo de vecino, peleándose con las compañeras, negociando las vacaciones con el jefe y disfrutando de su pausa para el cigarrillo. Toda su vida, da un vuelco cuando conoce a Vanya (Mike Eldeshtein), el hijo de un oligarca ruso que se encapricha con ella y la contrata para ser su novia. La nueva vida que le ofrece el muchacho – lujos, ropa car y champán – la encandilan hasta el punto de casarse con él para no renunciar a nada de lo que ha conseguido.

En el momento en que los dos jóvenes se casan en Las Vegas, la película se rompe. A los padres de Vanya no les hace mucha gracia que su hijo se haya casado con alguien de tan bajo rango y mandan a sus matones para que anulen el matrimonio. A partir de aquí, el filme deja de ser un cuidadoso estudio de personaje para convertirse en una frenética persecución al más puro estilo de los hermanos Safdie.

La puesta en escena de Baker es bastante más comercial que en sus anteriores películas y, sin renunciar a la estética hortera que caracteriza su obra, se ve más cuidada en varios departamentos técnicos. Esto le sirve para mostrar que Annie consigue llegar más alto que el resto de sus protagonistas y muestra el lujo que la rodea también en la fotografía y el montaje. Pero esta pérdida de esencia en lo técnico no le hace renunciar a los temas que trata desde hace más de 10 años, pues es evidente la frustración de las clases más bajas y el fracaso del capitalismo en todo el metraje.

Es importante decir que Anora es, ante todo, una película muy divertida. Contiene varias escenas puramente cómicas y Baker usa el humor como la única arma que tiene aquel que lo ha perdido todo. Hay que recalcar que los personajes de Baker siempre son luminosos, aunque sus vidas sean oscuras y Anora no es una excepción. De hecho, la brillante interpretación de Mikey Madison vertebra toda la película y refleja la profundidad psicológica que pretende el guion. Madison está magnética, encantadora y divertidísima; pero también rota, desesperada y cabreada. Es devastador ver como, por primera vez en su vida, baja la guardia al creer que por fin es feliz, antes de que el mundo vuelva a girar en su contra.

Anora es otra película de Sean Baker vehiculada por su empatía hacia personajes que viven en los lugares de la sociedad que Estados Unidos decide ignorar. Una mirada cálida a un sistema que está diseñado por y para unos pocos y que se alimenta de las desgracias del resto. La película es tan desgarradora como divertida y, a pesar de ser algo más comercial de lo que el cineasta nos tiene acostumbrados, es puro cine de autor de primer nivel. Todos estos motivos la llevaron a alzarse con la Palma de Oro en el festival de Cannes el pasado mes de mayo.

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