«Lorca decía que de Graná no se puede escapar, que sólo se puede salir por el cielo». 

Han habido muchos grandes grupos en la historia de la música española, pero pocos han sabido capturar como Los Planetas la intensidad emocional que late en el indie español contemporáneo. Este grupo, originado en los años noventa, no solo contribuyó a definir el indie rock español, sino que también encapsuló en sus letras el desencanto, la rabia, el amor y el desamor con un toque que siempre parece arrastrar una especie de nostalgia subterránea, casi existencial. A lo largo de su carrera, Jota y los suyos han sido una referencia indiscutible para muchas generaciones de jóvenes que buscaban en su música un reflejo de las contradicciones y los sinsabores de la vida cotidiana.

Ese espíritu melancólico, denso y emocional que caracteriza a Los Planetas encuentra una especie de eco cinematográfico en Segundo premio (Isaki Lacuesta, 2024). Con un estilo que mezcla el documental con la ficción, Lacuesta retrata la decadencia de una banda de rock ficticia que recuerda inevitablemente a esos grupos que, como Los Planetas, fueron en algún momento la voz de su generación, pero que, con el tiempo, enfrentan el desgaste del éxito y el olvido.

La película se abre con una reflexión amarga sobre el paso del tiempo y el fracaso, no solo en términos de la banda, sino también en lo personal. Los personajes, al igual que la música de Los Planetas, viven en un constante estado de desencanto, buscando un significado que parece estar siempre fuera de su alcance. La narrativa juega con tiempos muertos, silencios largos, y una atmósfera que recuerda a esos momentos introspectivos y oscuros que abundan en las canciones del grupo granadino. Las imágenes crudas, casi siempre desenfocadas o fragmentadas, refuerzan esa sensación de ruina emocional y artística que Lacuesta quiere capturar.

El guion es deliberadamente fragmentario, como una letra de Los Planetas donde los detalles de las relaciones, las emociones y los sucesos no siempre son claros, pero la sensación de pérdida lo inunda todo. En este sentido, Segundo premio no busca ser una película para todos. Es lenta, pesada y, en ocasiones, difícil de digerir, pero para aquellos familiarizados con la angustia y la belleza contenida en la música de Los Planetas, esta película puede resonar profundamente. Y es que la cinta no es un intento de Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018) sobre el grupo, el guion tiene peso propio y solo intenta retratar un alter ego sin tener que recorrer a inventos y cambios en eventos para que sea buena y interesante.

El gran logro de Isaki Lacuesta es convertir a esta banda ficticia (recordemos que NO es una peli sobre Los Planetas) en un reflejo casi universal de lo que significa fracasar y envejecer en el arte. Al igual que la banda granadina, los personajes de la película tienen un lugar especial en el panorama artístico, pero el peso del tiempo y las malas decisiones personales los han empujado al margen. La música dentro de la película está muy bien introducida y, lejos de intentar ser una mediocre imitación de Jota, suena con identidad propia y se mimetiza perfectamente con la historia, sin querer ser nada más que la voz del personaje de «el cantante». En conclusión, Segundo premio es una obra de arte introspectiva, lenta y pesimista, que explora con gran sutileza los temas del fracaso, el paso del tiempo y la inevitabilidad de la decadencia. Para los seguidores de Los Planetas, la película de Isaki Lacuesta se siente como un viaje paralelo al que estos han vivido con la música del grupo: una experiencia catártica, llena de luces y sombras, que sigue resonando en el corazón mucho después de que haya terminado.

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