Este fin de semana se ha estrenado en salas Megalopolis de Francis Ford Coppola. Es una de las películas con más narrativa fuera de la pantalla de todo 2024 (con el permiso de Romper el círculo (Justin Baldoni, 2024)) y hay que entender su contexto antes de aventurarse a lanzar una opinión. De la película en ya hablaremos con una crítica en profundidad, pero veamos qué es el fenómeno Megalopolis.
Para entender la película hay que entender a su autor. A estas alturas, a poca gente hay que presentarle a Francis Ford Coppola. El de Michigan formó parte de la revolución del nuevo cine americano en los setenta y en esa década ganó dos Oscar a mejor película (El padrino y El padrino: parte II) y dos palmas de Oro en Cannes (La conversación y Apocalypse Now). Desde entonces, su estilo ha sido menos convencional para la audiencia y la industria y se ha alejado del mainstream con obras más personales y enigmáticas. Ya en los ochenta tuvo fracasos comerciales y críticos como su musical Corazonada (1981) y desde que estrenara Drácula de Bram Stoker (1992) no ha vuelto ha estrenar una película con un recibimiento activamente positivo.
En todos estos años, Coppola siempre tuvo un proyecto, que se convirtió en sueño y evolucionó a obsesión. Una película sobre la reconstrucción de una ciudad por parte de un visionario que abarcara decenas de cuestiones morales, filosóficas y sociales. Una obra sobre un megalómano solo al alcance de un autor megalómano como él. Coppola quería su Megalopolis. Una película que se convertiría en su «magnum opus» si es que Francis no tiene ya tres o cuatro «magnum opus». Un acercamiento de su visión del futuro de Estados Unidos a la caída del imperio romano. Una obra épica de ciencia-ficción histórica.
Las pretensiones de magnitud de Coppola fueron una alarma para cualquier estudio durante décadas y nadie se atrevió a financiar la locura del cineasta. Por ello, una vez Coppola era ya octogenario decidió que ningún estudio iba a decirle qué podía y qué no podía rodar. Con lo que Francis vendió sus viñedos e invirtió más de 200 millones de dólares de su fortuna para construir su Megalopolis. El sueño de una vida.
La película generó expectación desde un inicio. Con un reparto antológico que incluía actores como Adam Driver, Giancarlo Esposito, Jon Voight, Dustin Hoffman, Nathalie Emmanuel o Shia Lebouf entre otros, la curiosidad empezó a asaltar a los cinéfilos. La cinta se estrenó en la sección oficial del festival de Cannes y fue… bueno, fue un fracaso. Salvo algunos críticos puntuales, todo el mundo coincidió en que lo que había visto no era bueno. Demasiadas ideas sin profundidad, un estilo visual ridículamente barroco y el ego de Coppola que traspasaba la pantalla. La gota que colmó el vaso: una interacción performática entre un actor del público y la pantalla.
Ahora se ha estrenado en salas y la opinión está muy dividida. Muy dividida entre los pocos que la han visto, porque en su primer fin de semana ha recaudado poco más de 4 millones de dólares en Estados Unidos (datos de Box Office Mojo). -Recordemos que costó más de 200 millones.- La percepción es, por lo general, muy negativa. Es fácil encontrar en redes a usuarios que la comparan con películas de Ed Wood o Tommy Wisseau. Pero, ¿qué tienen en común las películas de Coppola, Wisseau y Wood? La respuesta es que todo el control creativo está en manos de sus autores. Al no haber ningún estudio parándole los pies a Coppola, él no se ha puesto ningún freno. Nada de directivos calculando la recaudación y ningún equipo de márquetin ideando campañas. Sólo Coppola, su locura de anciano y el boca a boca de aquellos que han alucinado viendo la película. Porque es para alucinar.
Entonces, ¿es bueno que haya la figura del estudio comercializando el arte? La respuesta, como casi siempre, es depende. Porque es bueno que las películas piensen en ser aquello que la audiencia quiere ver. Tanto las producciones de Marvel como las obras de autor necesitan una figura que ate los pies de los directores al suelo y les haga ver que sus ideas no tienen por qué funcionar para la audiencia. Pero es difícil, entonces, que no se desdibuje la visión de un autor que está mostrando su visión del mundo a los demás y al que le están eliminando unas ideas que forman parte intrínseca de su ser. Como en todo hay siempre un punto medio, y la mayoría de estudios deberían aspirar a él.
Pero hay ocasiones en las que no hay espacio para el sentido común. Y es que si ningún estudio quiso adquirir la producción de Megalopolis es porque no hay directivo que pueda convertir las ideas de Coppola en una película estrenable. Por lo que, las únicas opciones eran dejar morir el proyecto de su vida o hacerlo sin límites. De la forma que él realmente quiso hacerla. Era puerta grande o enfermería. No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que, si, de un encargo del estudio, Coppola hizo El padrino y el rodaje de Apocalypse Now es uno de los más locos de todos los tiempos; la oportunidad de hacer lo que le diera la santa gana se le iba a ir de las manos.
Puede que Megalopolis no sea una «buena película». No la vais a ver en los Oscar ni en las películas más taquilleras del año. La única lista en la que va a permanecer es la de mayores fracasos de la historia. Pero Megalopolis es el testimonio de que nada puede frenar la imaginación. Una película tan sumamente original que no cabe en una película. Es un acto suicida hecho desde un lugar profundamente romántico. Coppola va a vivir los últimos años de su vida (esperemos que muchos) con el peso de haber hecho Megalopolis, pero ninguna crítica le va a perseguir más que la idea de que podría no haberla hecho. Id a ver Megalopolis. Reíros de ella y criticadla lo que queráis. Dejaos sorprender por ella e intentad disfrutarla, pero no juzguéis su existencia, pues estaréis criticando que los locos trabajen y que los genios inventen.
La editorial de Blockbuster Keaton