Hug Banqué firma esta crítica de A Traveler’s Needs, la nueva película de Hong Sang-soo. El filme se ha estrenado recientemente en el festival internacional de Cine de San Sebastián y ya pasó por el festival de Berlín el pasado febrero. La obra deja patente el momento de esplendor creativo que atraviesa el autor surcoreano.
Isabelle Huppert hace su tercera incursión en la filmografía de Hong Sang-Soo. Tras las notables Another Country (2011) y Claire’s Camera (2018), Huppert vuelve a interpretar a una viajera francesa cuya existencia parece marcada por la incomunicación en sus relaciones. Sin embargo, en esta ocasión, Hong Sang-Soo va más allá de la premisa inicial, ofreciendo una narrativa construida a partir de vacíos y traducciones que rompen con la estructura casi geométrica que caracterizaba sus dos entregas anteriores con Huppert.
Iris, una mujer francesa en Seúl, es un enigma: no sabemos de dónde viene ni hacia dónde va. Descalza por las calles, como si fueran suyas, enseña francés con un método único, pidiendo a sus alumnas que escriban sus sentimientos en tarjetas. Esto no solo les ayuda a aprender el idioma, sino también a conocerse mejor, mostrando cómo las emociones trascienden el lenguaje. Además, comparte su vida con un compañero, con quien mantiene una relación basada en la sinceridad y un enfoque vitalista.
Todo gira en torno a los vínculos que el director crea para Iris, relaciones alimentadas por el amor a la música y la poesía. Desde el Opus 3 del Notturno de Franz Liszt hasta las composiciones de Hong Sang-Soo, el director sugiere, con rimas narrativas, que la música es lo que realmente nos une. Aunque no siempre podamos expresar lo que sentimos, a través de la música los lazos se profundizan y surge una armonía que trasciende el lenguaje. La película también explora la poesía, esta vez ligada a las tumbas y al poeta Yun Dong-Ju. Sus poemas, difíciles de traducir incluso para los coreanos, evocan una conexión vitalista y agradecida con la vida, reflejando, como la música, una expresión que trasciende las palabras.
Hong Sang-Soo se ha convertido en un poeta. Las clases de francés de Iris, repetitivas y con diálogos idénticos, crean una rima poética en la película que, pese a su deliberada antiestética, trasciende lo visual para ser un poema dialogado. El director deja cabos sueltos sin ofrecer respuestas. De Iris solo sabemos que le gustan los sombreros de paja; su existencia errante y fantasmal, lejos de ser perturbadora, la convierte en una exploradora de la experiencia humana. No necesita explicaciones ni destino; representa el presente, un ser sin rumbo fijo que fluye en un continuo tiempo sin pasado ni futuro definido.
A pesar de su ambigüedad, la película es sorprendentemente acogedora y está llena de misterios que invitan a una interpretación libre e imaginativa. Especialmente por ese final tan bello como enigmático, que nos recuerda que, detrás de toda confusión vital, siempre quedarán los vínculos. Vínculos que nos acompañan hacia destinos inciertos pero igualmente maravillosos, tomados de la mano y compartiendo, quizá, una nueva botella de Makgeolli.