“Todo el mundo quiere sentir que forma parte de algo”. Es lo que dice Brucie (Damon Herriman), la mano derecha del líder de los vándalos de Chicago, cuando reflexiona sobre el porqué de su grupo de moteros. Y es que, en los pueblos de mala muerte del medio oeste, hay que mantenerse ocupado para no perder la cabeza; y la pasión por las motos es tan buena excusa como cualquier otra para beber cerveza y fumar marihuana hasta perder el sentido.
The Bikeriders: La ley del asfalto (a partir de ahora en este texto, The Bikeriders) trata la evolución de un grupo de moteros en los años sesenta. Un grupo que empieza como la excusa de unos parias sociales para tener donde ahogar sus penas y quien les cubra las espaldas cuando hay bronca, y termina convirtiéndose en una organización violenta y peligrosa. Y es que Jeff Nichols plasma con atino la desesperación del pueblo americano durante la guerra de Vietnam y como el clima social elevó la masculinidad de vuelta a un punto de violencia y frustración que parecía haberse sosegado tras la Segunda Guerra Mundial. Nichols trata sus personajes prácticamente como animales, pues la burbuja que supone su grupo de moteros y el aislamiento de las poblaciones rurales del medio oeste los ha asalvajado hasta un punto que parecen actuar solo por instinto.
La historia se cuenta a través de los ojos (y los objetivos) de un fotógrafo (Miek Faist) que pretende escribir un libro sobre la banda. Este quizá es, narrativamente, el punto más flojo de la película, pues no se aprovecha del todo el formato de metanarración. Da la sensación que la historia se podría contar igual sin el elemento periodístico y que solo es una excusa para introducir testimonios de personajes que sirvan de narración en off. Esto sí, si vas a tener un personaje que narre la historia, que sea el de Jodie Comer. La actriz de Liverpool se sumerge en el sur de Estados Unidos para interpretar a Kathy, la exmujer de Benny (Austin Butler). Desde sus ojos se muestra la evolución del grupo y son sus palabras, llenas de rencor y melancolía las que condicionan al espectador. El personaje de Kathy recuerda al que Lorraine Bracco interpreta en Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990): alejada inicialmente del mundo criminal, pero irrevocablemente seducida por el mundo violento en el que se está adentrando. Y es que resulta fácil comprender que su personaje se enamore de Benny, interpretado por un magnético Austin Butler. El motero es un hombre de pocas palabras, que habla con miradas y puñetazos. La actuación de Butler es muy animal y es inevitable pensar en James Dean cuando vemos ese tupé y esa rabia enfundadas en una chupa de cuero.
El otro actor que destaca en la cinta es Tom Hardy, que encarna al líder de la banda, Johnny. El personaje de Hardy es puro carisma. Menos impulsivo que Benny, con dotes de liderazgo, pero igual de violento que sus colegas descerebrados. Un hombre duro, pero justo, que te permite desafiarle a un duelo por el dominio de la banda; siempre y cuando estes dispuesto a que te parta la cara con sus nudillos. Sin duda, la dirección de actores es el aspecto más llamativo de la película, pues Nichols exprime todo el jugo interpretativo de su trío protagonista. La dirección visual de Jeff Nichols es también muy competente y la fotografía y el montaje contribuyen a la crudeza de la narrativa.
The Bikeriders pretende ser un retrato épico de una banda criminal, basándose en el cine de Martin Scorsese y en el nuevo cine americano de los años setenta; y, aunque el estilo tiene personalidad, no consigue la épica ni el impacto emocional que quiere tener. Es fácil implicarse con los personajes, pero no tanto con el grupo, y la historia de formación y destrucción de la banda resulta algo menos interesante de lo esperable. Eso sí, vale la pena insistir en que la forma en la que Nichols plasma el contexto histórico y los caracteres de los protagonistas sí que funciona.
The Bikeriders es, al fin y al cabo, un nuevo ejemplo de como Jeff Nichols muestra la América más profunda y como la violencia se abre camino en el medio oeste del mismo modo que en el “far west”. Flojea en muchos momentos por su estructura a base de álbum de fotos, que sirve como marco narrativo, pero echa de menos más continuidad entre sus partes. En cualquier caso, cualquier amante del nuevo cine americano de hace cincuenta años podrá ver reflejos de esos tiempos (referencia explícita a Easy Rider incluida) y gozar, especialmente, de las interpretaciones de sus tres protagonistas.