Si Barbie (Greta Gerwig, 2023), con su ingeniosa caricatura de las dinámicas de género, nos dio un marco fresco y divertido para explorar la feminidad y la masculinidad, Pobres Criaturas da un paso más allá y apunta, con gran ambición, a cuestionar los fundamentos mismos de la sociedad – dinero, sexo, amor, propósito… – a través de una historia de empoderamiento femenino. Y, es más, lo hace a través de los ojos de una de las protagonistas más redondas y memorables de los últimos tiempos.

Bella Baxter (Emma Stone) es una tabula rasa, un personaje que arranca la película en total desconocimiento del mundo y de ella misma, pero dotada de una infinita curiosidad y un hambre voraz por experimentar con todo lo que se le ponga por delante. Y, efectivamente, ella no es una chica normal, sino el resultado de un experimento frankensteiniano llevado a cabo por Godwin Baxter (Willem Dafoe), un científico excéntrico y brillante pero de moralidad cuestionable. El cuerpo desfigurado de Godwin lleva las marcas de la ambición malsana de su padre, quién experimentaba sobre él de niño en nombre del progreso. En este caso, la obsesión se transmite de padre a hijo a través del trauma. Y menudo trauma le tocó sufrir… Solo hay que verlo.

Tal y como se revela en el planteamiento de la película, Godwin rescata del río Támesis el cuerpo de una joven suicida para practicar sus experimentos. Descubre entonces que la chica estaba embarazada y, naturalmente, decide colocar el cerebro del bebé en el cráneo de la madre y otorgarle nueva vida a través de los milagros de la ciencia moderna. Le pone el nombre de Bella y la convierte en su hija-experimento, una niña recién nacida que habita el cuerpo de una mujer adulta. Su desarrollo es rápido y fascinante. Bella devora sin tapujos el conocimiento al que tiene acceso. Su falta de moralidad y de inhibiciones la convierten en una protagonista fascinante de seguir y fácil de admirar.

Pobres Criaturas está ambientada en una especie de pseudo-fantasía victoriana steampunk, una versión reimaginada del pasado que, por extraña y surrealista, se desprende de cualquier momento histórico en particular. Es un mundo de aristocracia y progreso y Bella lo navega a sus anchas como pez fuera del agua que acaba de descubrir que puede respirar. Y, ¡Dios mío!, una vez lo descubre no hay quién la pare. Es contagioso y empoderador ver a una mujer que arrasa con todo lo establecido, explora el mundo a su manera, bajo sus propios términos y no siente la necesidad de pedir perdón a nadie por ello. Este personaje rompe de un solo golpe con estereotipos como la «manic pixie dream-girl» o la «born sexy yesterday». Y, precisamente, es porque ella, a priori, cumple ambos estereotipos que es capaz de destrozarlos con tanta soltura.

Durante su aventura, Bella se convierte en una Amélie desatada e hipersexual. Su relación con Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo) es uno de los aspectos más dinámicos, estimulantes y entretenidos de la película. Sin ánimo de revelar demasiado, diré que el cambio de tornas que esta relación sufre a lo largo de la trama es increíblemente satisfactorio y da en el clavo tanto a nivel humorístico como narrativo. De la misma manera, es electrizante ver la evolución de Bella a medida que va tomando control de sí misma. Aquí vale la pena destacar tanto el trabajo de guion y dirección como la interpretación de Emma Stone, tan vibrante y atrevida como su personaje y una de las mejores de su carrera hasta el momento.

La pura creatividad y ambición artística de Pobres Criaturas en todos sus aspectos es realmente admirable. Yorgos Lanthimos se asienta cómodamente como una de las voces modernas más interesantes del panorama internacional. Su visión retorcida y deconstruccionista de la sociedad y su humor seco, tajante y revelador lo convierten en un autor único, con gran personalidad, y en un maestro contemporáneo de la narrativa audiovisual.

Nada más que decir. Corred al cine para verla.

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