A primera vista, Rebel Moon – Parte 1: La niña del fuego parece una copia descarada de Star Wars. Sin embargo, cuando te paras a verla y lees sobre su concepción, descubres que no solo lo parece, sino que eso es justamente lo que es. La nueva – y especialmente tediosa – creación de Zack Snyder empezó como un proyecto presentado a Lucasfilm bajo la premisa de un “Siete Samurais” en el universo Star Wars. Lucasfilm dijo “no, gracias” y Snyder firmó con Netflix para hacerle un «reskin» al mundo creado por Lucas y quitarle todo el alma a la trama de Kurosawa, arrancando así una nueva franquicia espacial de aventuras y nazis donde todo te sonará pero nada te importará.
Esta primera parte – titulada “La Niña del Fuego” – nos presenta la historia de Kora (Sofia Boutella), una misteriosa guerrera que debe reunir a un grupo de estereotipos andantes para defender el pueblo de granjeros que la acogió cuando más lo necesitaba. El enemigo no es otro que el Imperio – digo, el Motherworld – un implacable ejército tirano bajo el mando de un rey regente que quiere poner orden en el universo. Todos nos la sabemos ya, no tiene ningún interés. Pero una premisa trillada no implica necesariamente una mala película, especialmente cuando los creadores tienen a su disposición un alto presupuesto y gozan de libertad creativa. La promesa de un mundo expansivo de ciencia ficción con razas alienígenas originales, reinos, princesas, batallas, cazarrecompensas y malos malosos no suena tan mal – especialmente después del hundimiento inevitable de la franquicia Star Wars. Pero, parafraseando al Mandaloriano, “this is not the way”.
No me produce ningún placer informaros de que Rebel Moon es insípida y olvidable. Tiene poco que ofrecer más allá de los elementos que copia sin miramientos de otras obras y regurgita sin gracia sobre la pantalla. Me he pasado la mitad de su duración buscando algún resquicio de originalidad entre el refrito y la otra mitad resignado ante lo que estaba viendo. Incluso los efectos especiales y los diseños artísticos son muy derivativos y faltos de vida. La cámara lenta no sirve cuando no hay gran cosa que contemplar y definitivamente nada ante lo que maravillarse.
Con todo, la falta más flagrante de la película son sus personajes. Todos completamente estereotípicos, sin desarrollo y sin interés. A nivel individual, no hay ninguno que atrape, pero es que como conjunto tampoco funcionan debido a una total falta de química y juego entre ellos. Tenemos a la protagonista, enigmática pero mortal, con un pasado que la convierte en una pieza clave dentro de la historia. También encontramos al granjero que debe convertirse en líder bajo las circunstancias. Tenemos al buenorro exótico en comunión con la naturaleza, al contrabandista oportunista, a una espadachina asiática asesina y a un brillante general idealista, caído en desgracia. Su caracterización se nos ofrece mayormente mediante líneas de diálogo expositivo que se quedan muy cortas cuando el objetivo es empatizar con ellos y acompañarlos en una aventura épica. Tiene, así, un aire como a Escuadrón Suicida – la mala (David Ayer, 2016).
Por otro lado, el mundo que estos personajes habitan es de cartón. Poco creíble a todas horas, el popurrí de elementos reconocibles no contribuye a la inmersión. El CGI está bien, cumple con su cometido, pero no puede compensar el trabajo que no se hizo construyendo este universo sobre papel.
Si nada de lo mencionado funciona, entonces ¿qué queda? Un espectáculo vacío. Nada que recordar, nada que inspire, nada que levante emociones o que haga volar la imaginación. Es un claro ejemplo de que, a veces, la libertad y los recursos no son el terreno más fértil para el buen cine. Nos vemos en abril, para la segunda parte: “The Scargiver”. O para la inevitable edición del director de siete horas con mucha más sangre y vísceras. Esperemos que también tenga personajes.