Maestro es el biopic del compositor Leonard Bernstein, cuyo guion pasó por las manos de Scorsese y Spielberg que terminaron negándose a dirigirlo. La película llega a Netflix junto a Bradley Cooper, que no solo acepta dirigir la película, pero también se ofrece a protagonizarla. En el reparto la acompaña Carey Mulligan, que interpreta a la mujer de Bernstein, Felicia Montealegre. Dos titanes de la actuación en el Hollywood actual, un biopic sobre un gran compositor, una fotografía exquisita, música de Gustav Mahler y un guion que gustó a Scorsese y Spielberg. Cuando leí tal barbaridad, dije, ¿por qué no?

Para empezar, Maestro no es un biopic de Bernstein. Es un biopic sobre los vínculos de Bernstein, cuyas tragedias melodramáticas dan para hablar un rato. Pero eso no es algo malo, el guion es realmente precioso, con una estructura firme y que sabe defenderse a si mismo. Sí que es verdad que la gran mayoría del conflicto de la película reside más en el personaje de Carey Mulligan que en el de Cooper. Hay un desarrollo muy hermoso del vínculo entre Bernstein y Felicia, pero quien sobresale es el personaje femenino, que se come toda la trama, minimizando a Bernstein hasta puntos un poco humillantes. Es lo que pasa con los biopics, que uno quiere tocarlo todo y al final parece que no toque nada.

Por eso, Carey Mulligan se come toda la película acaparando el foco interpretativo y dramático, encarnando a una Felicia Montealegre con una sumisión y un desengaño extraordinarios. Aun así, Cooper es Bernstein, literalmente lo vive. El trabajo que hace Cooper en mostrar los rasgos más conflictivos de Bernstein es de admirar, y la pasión que vertía Bernstein mientras dirigía, Cooper la personifica a la perfección. La interpretación se acompaña de un maquillaje que lo transforma aún más, mostrándonos un carisma casi físico de un Bernstein cambiante. Aunque lo de Mulligan no tiene nombre en absoluto, esas miradas de una Felicia Montealegre desquiciada, perdida, y harta de esa soledad es lo que resalta más de toda la película. Esto también va ligado con la dirección de Cooper, que trata la vida de Bernstein y Montealegre con mucho cariño y no critica en absoluto las idas y venidas del matrimonio.

Vale la pena mencionar, también, el tema de la fotografía. Aquí es donde encontramos más problemas. La fotografía de Maestro es magnífica, creando una atmosfera única e inigualable, cada plano es un cuadro perfectamente encuadrado. Aun así, es una fotografía en constante metamorfosis, que no parece tener ningún tipo de coherencia con el guion. Dejadme que me explique, esta película llega a ser de un compositor húngaro que tiene problemas existenciales debido a su sexualidad y la vida en familia y esta fotografía tan contemporánea y europea podría haber funcionado a la perfección. En cambio, estamos delante de un magnífico guion de Hollywood que remite al clasicismo, con diálogos magníficamente escritos, pero con una potencia dramática que requiere de primeros planos. Hay primeros planos, y primerísimos primeros planos, son bellísimos, pero hay escenas de una tensión melodramática bestial en las que no se aprovecha nada el poder de la fotografía, y quedan como meros cuadros bonitos de paisaje. Recalcar también que la fotografía y la dirección parecen estar en constante cambio en cada época que pasa, como si Bradley Cooper buscase su rasgo autoral y no lo encontrase. Que todo queda bien en esta película, los generales y los primeros planos tienen potencia estética, pero la coherencia de un estilo en una película tan autoral es necesaria.

Aun así, tiene escenas que estoy seguro cuando las vio Martin Scorsese en una sala abarrotada pensó «Esto es cine». Y es que Maestro es cine. Por ejemplo, el plano secuencia de cuando Bernstein dirige el final de la 2ª Sinfonía de Mahler en la iglesia, ahí todo mi cuerpo dejó de reaccionar porque mi alma desapareció por unos instantes. Básicamente, todas las escenas donde se juega a la perfección con la música clásica son bellísimas. Es un aspecto muy relevante y llamativo: cómo la imagen se casa con la música, y crean un vínculo precioso. Vínculo que me hubiese gustado verlo también en los personajes protagonistas, pero no pasa nada, esto ya es gusto personal porque cada año odio más la rapidez de los biopics.

En Maestro, a Bradley Cooper, pese a tener un guion magnífico y unas secuencias tremendamente memorables con momentos que hacen llorar al espectador, le cuesta encontrar un marco de identidad propio. Usando planos trabajadísimos, pero que no están al uso de un guion mucho más Hollywoodiense que su puesta en escena, con un melodramatismo mucho más exacerbado que contempla muy poco el formato. Aun así, no deja de ser una experiencia memorable, llena de interpretaciones espléndidas y que espero de todo corazón que tenga la justicia que se merece en los Oscar (a quienes no puede gustar más un biopic). Así que sí, una muy buena película, ya que consigue compensar sus grandes errores con secuencias que, de verdad, uno no se cree lo que está viendo y es capaz de perdonar todo lo malo a Cooper.

PD: La mujer mayor que tenía detrás en el cine le comentó a su amiga que ella cantaba cuando era muy joven en el coro de Bernstein, y dijo que en la vida real era mucho más educado comparado con lo que se ve en la película.

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