Napoleón Bonaparte es una de las figuras más interesantes de la historia. Su legado trasciende los libros académicos, influenciando no sólo los acontecimientos de su época, sino también moldeando el curso del mundo moderno. Más allá de su genio estratégico y su ascenso meteórico al poder, es la complejidad de su legado lo que lo convierte en un punto de referencia constante en la narrativa histórica. Esta influencia se extiende – cómo no – al ámbito cinematográfico, destacando su trascendencia como una de las figuras más significativas de la humanidad.
Su vida y su influencia han sido objeto de verdadera obsesión para algunos de los cineastas más célebres de la historia – Stanley Kubrick, famosamente, dedicó años a la preproducción de una gargantuesca película biográfica que trazaría un retrato completo del general y emperador francés… (Aquí tenéis una versión de su guión) pero las circunstancias jugaron en su contra. Por cuestiones prácticas, Kubrick no pudo grabar su, ahora mitificada, posible obra maestra. Por supuesto, tenemos también el clásico pionero del cine mudo de Abel Gance, pero ninguna versión moderna del personaje ha podido iconizar con éxito su leyenda en la gran pantalla. Sin embargo, este fin de semana ha llegado a nuestros cines el Napoleón de Ridley Scott.
Pues sí, Ridley ha conseguido lo que Kubrick no pudo: contar la épica de Bonaparte en una superproducción de más de $200M, con un gran reparto y una presentación audiovisual impecable. Ahora bien, el estreno mundial de la película no ha despertado el clamor unánime de la crítica que cabe esperar cuando los astros se alinean de esta forma. Y es que las piezas están ahí: una historia fascinante, los recursos necesarios y un autor consagrado que goza de un gran control creativo sobre la obra. ¿Está Napoleón (2023) a la altura?
Seguramente, para muchos, no. Y – hay que ser justos – Scott no es Kubrick. Aunque de nada sirve especular e hipotetizar demasiado sobre la peli que nunca se hizo, uno no puede evitar trazar comparaciones entre los dos directores. Ridley Scott nunca ha demostrado esa profunda inquietud sobre las complejidades más retorcidas del espíritu humano que el cine de Kubrick exuda. Y la película se resiente por ello. Esto no quita en absoluto que sea técnicamente espectacular en todos sus aspectos y que ese espectáculo atrape al espectador con suma facilidad durante sus más de 2 horas y media de duración. ¡Bienvenido sea el inminente corte de 4 horas que se rumorea para streaming! Me lo voy a chutar en vena cuando salga. Pero, aún así, Napoleón no es una obra maestra, porque le falta profundidad para serlo.
Un visionado no es suficiente para analizarla y elucubrar de forma definitiva dónde flaquea. Ha sido criticada intensamente por su falta de rigor histórico, pero eso nunca le ha impedido a una obra de ficción ser excelente – véase La Red Social (David Fincher, 2010). Además, por suerte, Napoleón no cae en esa categoría de biopics soporíferos que a Hollywood le encanta producir de vez en cuando. Es un cine dinámico, atrevido – en ocasiones – y estimulante. Aplica una fórmula clásica, con dos grandes pilares que sustentan la trama: romance y guerra. La relación de Napoleón con Josephine cobra su debida importancia en la película y humaniza al ambicioso militar y emperador. El firme contraste entre su figura pública y su vida privada aporta una dimensión interesante al personaje.
Y es que, Napoleón, aparte de ser mostrado como un gran hombre con un gran ego y una gran visión, también es muy fácilmente ridiculizable. Su baja estatura, sus excentricidades y los escándalos públicos que su vida amorosa ha generado añaden un punto cómico particular a la grandeza y solemnidad de su mito. La película apunta hacia este contraste sin jamás indagar con suficiente curiosidad en él. Su relación tóxica con Josephine es muy interesante. Sin embargo, la película la trata sin sutileza, raspando la superficie de lo que podría haber sido un romance complejo y legendario. Su tono, en ocasiones casi paródico, choca con la violencia y la sobriedad de los combates – que, de nuevo, son realmente espectaculares. Con todo, Scott no aspira a una deconstrucción suficiente del personaje para acabar de justificar esos cambios de tono. En fin, Napoleón (2023) es desconcertante…
Joaquin Phoenix lleva al personaje a su terreno. Interpreta aquí a un rarito con inseguridades tan grandes como su ambición, que impone a fuego su voluntad sobre el mundo. Vanessa Kirby retrata la figura de Josephine como una mujer hechizante. Ella tiene poder sobre Napoleón, igual que él lo tiene sobre su imperio. Se necesitan pero chocan con fuerza. Igual que una bola de cañón contra las patas de un caballo.
Sí, también es una película violenta. La brutalidad y la escala de las batallas no decepcionan. Y aunque Ridley Scott afirme que la película se ha construido sobre el eje de la relación romántica, es evidente que el interés principal sigue residiendo en las campañas bélicas. Las tramas geopolíticas y la estrategia militar que ha convertido a Napoleón en una fuerza temida están presentes también, pero es entre las vísceras, las bayonetas y los cañones donde la obra se siente más a gusto. Tanto que, a fin de cuentas, podemos decir que nos encontramos más ante un blockbuster bélico que ante una biopic o un estudio de personaje.
A fin de cuentas, es una lástima que el retrato de Napoleón y de su historia no cobre en la pantalla esa complejidad que indudablemente tienen. Pero eso no quita que la secuencia de la batalla sobre el hielo de Austerlitz valga el precio de la entrada al cine por sí sola.
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