La familia es lo primero. No, esto no va a ser una crítica de la enésima película de la saga Fast and Furious, pero su leit motiv sirve para relatar un hecho más que contrastado en el mundo del cine: si una colaboración entre un director y un actor sale bien, ¿por qué no repetirla? A lo largo de la historia del cine se han producido muchos “matrimonios cinematográficos” que nos han brindado algunas de las mejores películas del séptimo arte. Preguntádselo por ejemplo a Martin Scorsese y a Robert de Niro, cuyo matrimonio va camino de las bodas de oro después que el destino los juntara en la maravillosa Malas Calles (Martin Scorsese, 1973) y hayan seguido profesando su amor por el cine hasta la reciente Los asesinos de la luna (Martin Scorsese, 2023), cuya crítica podéis encontrar en nuestra web.
Esto es lo que debió pensar Demián Rugna (Aterrados) al colaborar por primera vez con su tocayo Demián Salomón, que se ha convertido en su actor fetiche desde sus primeros cortometrajes hasta la película del 2017 antes mencionada. En este caso, se han vuelto a juntar y se han llevado uno de los premios gordos del cine de terror: Cuando acecha la maldad (When Evil Lurks) se ha convertido en la reciente ganadora de un Festival de Sitges 2023 en el que competencia no le ha faltado, debido a otros films premiados como Late Night with the Devil (Colin y Cameron Cairnes, 2023) o El Reino Animal (Thomas Cailley, 2023).
En la película, Salomón encarna a Jimi, uno de los dos hermanos que, en un pueblo remoto en la Argentina rural, descubren a un hombre infectado por fuerzas malignas que está a punto de dar a luz a un demonio. Desesperados por evitar la entrada del Mal a su pacífico mundo, los hermanos descubrirán la terrible verdad: es demasiado tarde.
Al tratarse de una película de terror, es inevitable hacerse una pregunta antes de su visionado: ¿da miedo? En este caso, la respuesta es sí. Lo prometió el propio director en la presentación de la película en el Festival ante un Auditori abarrotado, y así fue. También cabe decir que no es una película de sustos, pues el terror en este caso reside en las imágenes y situaciones que muestra y, sobre todo, en cómo las muestra. Además, encontramos múltiples paralelismos políticos con la situación social actual en el país hispanohablante y elementos propios del drama familiar. En los tiempos que corren en los que es muy fácil ahogarse en blockbusters del género con argumentos y estructuras simples se agradecen las películas de terror en las que se mezclan géneros y en las que el miedo reside en la atmósfera y en el apartado visual. El mal-llamado “Elevated-horror”, en el que recientemente han brillado Ari Aster (Hereditary, 2018) o Robert Eggers (La Bruja, 2016).
Volviendo a la película que nos acontece, la sinopsis puede parecer sencilla y estándar para el género al que pertenece, pero tanto el universo creado en el filme, acompañado de una banda sonora destacable y una fotografía resolutiva, como las apabullantes actuaciones de su dúo protagonista la convierten en una de las películas de terror del año. Su estructura in medias res funciona a la perfección en una historia en la que poco a poco vamos conociendo más detalles de las posesiones y cómo estas han ido afectando al país sudamericano, sin nunca conceder demasiada información al espectador, cosa que se agradece para no sobrecargar la película de datos innecesarios.
Los 99 minutos del largometraje pasan en un suspiro, aunque es inevitable decir que la película pierde fuelle su parte final. Esto es debido a que la película promete mucho al espectador, tanto en su introducción como en su desarrollo y su última media hora se deshincha un poco. Aun así, Rugna consigue concluir la película de manera excelente y estamos hablando de la que, hasta el momento, es su obra maestra. El mundo del cine de género resta pendiente, pues, de los próximos trabajos del cineasta argentino que promete ofrecernos escalofríos y pesadillas durante los próximos años.