El martes día 14 de octubre volví a Sitges para otra buena dosis de cine fantástico. En esta ocasión, fueron cuatro films los que me metí entre pecho y espalda para cerrar mi presencia en esta edición cargada de títulos interesantes.
La primera sesión del día tuvo lugar en el cine Casino Prado a las 12:30h. Un cine que siempre ha tenido mucho encanto, pero que empieza a pedir alguna que otra reforma. En cualquier caso, fui directo desde la estación de tren para ver Balearic, el nuevo film de Ion de Sosa. Debo decir que no estoy muy familiarizado con este “nuevo cine español” y, por lo tanto, la película me pilló muy en frío. La película cuenta la tarde vacacional de una familia burguesa en las Islas Baleares, mientras unos adolescentes quedan atrapados por unos perros furiosos en un chalet en el que se han colado.
Balearic es, ante todo, una película valiente; que busca desconcertar a través del tono y de imágenes inquietantes. Sin embargo, acaba siendo una crítica algo vacía de la hipocresía de las clases altas. Todos los personajes son muy caricaturescos, pero el equipo de guion no les da ni media oportunidad para desarrollarse. El film se coloca en contra de los personajes demasiado pronto y todo resulta en una pantomima bastante fútil. En este sentido, recuerda bastante al cine de Ruben Östlund, que solo funciona cuando el cineasta se pone al nivel de sus personajes; no es el caso de Balearic, que resulta algo condescendiente. Aún así, contiene algunas fugas formales; momentos oníricos donde resulta menos aleccionador que recuerdan a algunos momentos del cine de Jonathan Glazer. Sin duda, de lo mejor de la película.
Después de una comida algo apresurada, fue momento de dirigirse al Hotel Melià, donde se encuentra el Auditori principal, de donde ya no me movería hasta el final de la jornada. A las 15:30h (hora peligrosa por el riesgo de una siesta involuntaria) fue el turno de Bulk, con presencia de su director, Ben Wheatley. De Wheatley no era conocedor de sus proyectos de puro fantástico underground británico ni había visto sus propuestas más mainstream –Megalodón 2: La fosa (2023) y el remake de Rebecca para Netflix (2020)-, así que me dejé sorprender. Hay que decir que empecé a disfrutar Bulk cuando entendí que era una experiencia que exigía más abstracción que concentración, pues es una propuesta de ciencia ficción densa y desasosegante por el laberinto narrativo que plantea.
Trata de un periodista que es arrastrado a través de distintas dimensiones como consecuencia de una misteriosa explosión. Si no revelo más sobre la trama no es solo para evitar spoilers, sino porque a partir de esta idea todo se vuelve confuso. Sus puntos fuertes son su acentuado humor inglés y su desapego por la narrativa tradicional. Ver Bulk es como ver jugar a unos niños con mucha imaginación a un juego que ellos mismos se han inventado; la única forma de disfrutar es contagiarse del espíritu de sus creadores, pues intentar acceder a su lógica no hace más que alejarte.
Breve pausa para el café y de nuevo al Auditori para ver Si pudiera, te daría una patada, dirigida por Mary Bronstein y protagonizada por Rose Byrne. La película narra en forma de pesadilla claustrofóbica la lucha de una madre por conciliar su trabajo como psicóloga y los cuidados de su hija pequeña que sufre un severo trastorno alimenticio. La película acierta al negarnos constantemente el contraplano de la niña, cuyo cuerpo está protegido por la cineasta en todo momento. A cambio, nos entrega una sesión casi ininterrumpida de primeros planos cerrados de una Rose Byrne en la interpretación de su vida. Es cierto que la temática es realmente dura y llega a lugares de una crueldad excesiva con su personaje principal. Resulta sencillo empatizar con el sufrimiento de la protagonista, pero es imposible comprender sus decisiones. En Si pudiera, te daría una patada, el mecanismo cinematográfico acierta para narrar el horror de una forma realmente humana, pero, aún así, va demasiado lejos con el trato a su protagonista.
Ni un momento de descanso, pues al salir del Auditori me uní de inmediato a la cola para volver acceder al mismo recinto. Era hora del plato fuerte del día. Empezaba a notar el cansancio, pero la ilusión de poder presenciar en Sitges No Other Choice, del maestro surcoreano Park Chan-wook hizo que valiera la pena. Antes de entrar al análisis de la película, comentar el valor festivalero de la sesión. La situación: el Auditori lleno hasta los topes, 1.400 personas, empieza la película y todo el mundo aplaude. Se hace el silencio ante la imagen de un jardín en la que una familia prepara unas anguilas en la barbacoa. Empieza el diálogo (en coreano) y aparecen en pantalla los subtítulos correspondientes (en inglés). Pero el dispositivo que muestra simultáneamente los subtítulos en castellano y catalán no se activa. Se nota el nerviosismo en la sala. A los dos minutos las primeras quejas. Para el minuto siete, estábamos las más de 1.000 personas coreando al unísono el cántico “subtítulos, subtítulos”. Entra un hombre preocupado en la sala al momento que se encienden las luces. “Ha habido un fallo técnico con los subtítulos. Volveremos a empezar la sesión.” Aplausos, gritos, celebración. Un error imperdonable y su posterior corrección convirtieron al Auditori en una fiesta. Ante este espectáculo es muy difícil no disfrutar de la película.
Yendo ya a No Other Choice, lo primero que hay que decir es que no crea que haya actualmente en el mundo un director con mayor talento para la puesta en escena y con más dominio de la caligrafía visual que Park Chan-wook (siento bajar el suflé de Paul Thomas Anderson). La película es un entretenido relato de un hombre en el paro que, con una familia que mantener, decide asesinar a su competencia para un posible puesto de trabajo. El tono recuerda bastante al de Parásitos (Bong Joon-ho, 2019) por el humor negro que maquilla una evidente crítica al capitalismo. Pero, como decía, la maestría de la película está en los encuadres, movimientos de cámara y habilidad para el montaje de un cineasta que vive en imágenes. Una delicia de la que seguro que oímos hablar en la próxima temporada de premios.
Eso es todo en esta edición del festival. Evidentemente, no solo me llevo conmigo las películas, sino también la experiencia y los ratos con amigos comentando películas en las colas y en los bares. Queda más que evidenciado que, el de Sitges, es uno de los mejores festivales a los que podemos asistir en nuestro país.