Los nachos son un plato de origen mexicano creado en 1943 por Ignacio “Nacho” Anaya en Piedras Negras, Coahuila. La receta original consistía en totopos de maíz cubiertos con queso fundido y chiles jalapeños, un aperitivo sencillo para improvisar una comida rápida. Su popularidad creció rápidamente en el norte de México y, debido a la cercanía con Texas, pronto fueron adoptados en Estados Unidos. Allí se adaptaron con ingredientes adicionales como carne, frijoles, guacamole o crema agria, convirtiéndose en un icono de la comida tex-mex y en un clásico de estadios, bares y reuniones informales.

La relación entre Estados Unidos y México ha dado mucho de qué hablar a lo largo de los años, sobre todo políticamente. Al fin y al cabo, las conexiones entre ambos países son muchas, tanto a nivel cultural como a nivel social, pese a todos aquellos que quieran construir muros separando a familias y amigos. Ellos sí que tienen un muro en la cabeza, que hace que no les riegue la sangre al cerebro. Y, como la mayoría de las veces esta es la gente que tiene el poder, hay que luchar por ello. Al final, esta es la máxima de la película que vamos a esbozar hoy: luchar por tu propia causa y las consecuencias que ello conlleva a lo largo del tiempo.

Primero de todo, como siempre, os pongo en situación: Una batalla tras otra sigue a Bob Ferguson, un exrevolucionario encarnado por Leonardo DiCaprio cuya vida se ha estancado tras años de militancia y activismo. Cuando su hija Willa (Chase Infiniti) es secuestrada por un enemigo de su pasado que resurge después de 16 años, Bob se ve obligado a reunirse con antiguos compañeros revolucionarios para salvarla.

Antes de nada, debo decirlo: no soy muy fan de Paul Thomas Anderson. Parece que hoy en día hacer una afirmación así es como un insulto para el mundo del cine, pero no me escondo. Al final, el director y escritor de películas como Pozos de ambición (2007) o Boogie Nights (1997) siempre ha generado mucha polarización en torno a sus películas: desde las personas que las catalogan como obras maestras hasta las que las califican de bodrios infumables. Más allá de filias y fobias, su trayectoria y el éxito crítico de su filmografía merecen el respeto de cualquier cinéfilo.

Pero debo decir algo: esta película ha cambiado un poco mi opinión sobre él. Y es que Una batalla tras otra es considerada por mucha gente, entre la que me incluyo, la mejor película de este año. Y hay muchos motivos para ello, que vamos a desgranar a continuación.

Una de las principales bazas de la película es la historia que explica PTA. Se han hecho muchas películas sobre la dupla EE.UU.–México: algunas desde el prisma del tráfico de drogas, otras sobre los controles de inmigración en las fronteras entre ambos países… Al final, Una batalla tras otra se siente una historia fresca, nueva. Una frescura que le sienta fenomenal al cine actual, tan plagado de remakes y sagas interminables.

Podría dedicar un buen rato a desgranar todas las piezas sociopolíticas que tiene el film, pero tengo a otros compañeros del blog que seguro que lo harían mucho mejor. Un amigo mío me suele decir que no hay recompensa sin sufrimiento. Está claro, tal y como os he comentado anteriormente, que siempre hay que levantar la voz ante aquellos que nos intentan oprimir, pese a las consecuencias que comporte. Y muchas veces esas consecuencias te persiguen a lo largo de los años, pues nuestros actos siempre dejan huella y formarán parte de nosotros mismos. Y nos definirán como personas, en definitiva.

Bueno, dejo de divagar y vuelvo a mi trabajo. Si el éxito de la película radica en la historia que explica, también cabe destacar cómo la explica. Desde el primer minuto, el ritmo de los acontecimientos es altísimo y la película no te da un respiro. El film te abraza como una boa constrictora y no te suelta hasta el final. Los pocos momentos más relajados son algunos diálogos que, a la vez, resultan ser los más tensos y más crudos de todo el largo.

Y es que el trabajo actoral en esta película es impecable: Leonardo DiCaprio se encuentra en estado de gracia en uno de los papeles más disparatados de su carrera. El sensei de Benicio del Toro es el «roba-escenas» absoluto del film. Sean Penn, como el coronel Steven Lockjaw, huele a Óscar con un papel tan cliché como bien ejecutado. Y el cautivador debut de Chase Infiniti en un largometraje transmite una mezcla de inocencia e ímpetu en la que mucha gente se puede sentir identificada.

En resumen, el film más accesible y libre de Paul Thomas Anderson acaba resultando en una gran experiencia cinematográfica, en la que podemos ver la faceta más divertida del director y lo confirma como uno de los mejores directores vivientes. Será extraño que no se lleve unos cuantos premios esta temporada.

¡Viva la Revolución!

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