“Straight” podría traducirse al castellano (en el contexto que nos ocupa) como “Sencilla”, “directa” o “concisa”. Así pues, desde el mismo título del filme (que en su versión original también funciona como un juego de palabras con el apellido del protagonista), David Lynch nos informa que esta será una rara avis dentro de su filmografía.

Aquí no encontraremos imágenes surrealistas, mundos oníricos ni narrativas fragmentadas, sino — y volviendo al título — una historia aparentemente sencilla (¡que no simple!) sobre un septuagenario llamado Alvin Straight (Richard Farnsworth) que decide atravesar Estados Unidos montado en una máquina cortacésped para visitar a su hermano, con quien lleva una década enemistado, después de enterarse de que este ha sufrido un derrame cerebral.

Así pues, Una historia verdadera se nos presenta como una road-movie de estructura y corte profundamente clásicos (no le faltan los violines de fondo en los momentos dramáticos, ni los zoom-ins para subrayar las sorpresas). Sin embargo, y aunque esta última apreciación pueda sonar ciertamente peyorativa, no olvidemos que seguimos estando delante de un maestro del medio cinematográfico. Un cineasta plenamente consciente de los códigos que maneja, sabiendo delegar gran parte de la emoción en una interpretación absolutamente conmovedora y sobria de Richard Farnsworth, cuyos húmedos ojos azules rebosan verdad durante todo el metraje, sin renunciar a un clasicismo que pasa por aceptar que las transiciones fade-out o los “montages” con música country al atardecer no son menos válidos que todo el naturalismo del mundo.

Una serie de encuentros aparentemente banales (a veces más reveladores en lo que se omite que en lo que se dice) se suceden durante el trayecto de Alvin entre Iowa y Wisconsin, mostrándonos retazos del pasado del protagonista, obrando tanto como piezas de un rompecabezas que nos ayudan a conformar un rico retrato del personaje, como pequeñas lecciones de vida en forma de historietas y consideraciones que salen de la boca de Straight, mientras avanza casillas en un tablero llamado vida con el objetivo de redimirse por sus acciones pasadas.

No se equivoquen, Una historia verdadera no es para nada una obra menor del maestro Lynch, sino precisamente lo contrario: es una constatación de su figura, que, capaz de emocionar incluso alejándose de todas las características y dejes autorales que lo han consagrado como uno de los mejores directores de la historia del cine, perdurará también como un director polifacético y poliédrico, gracias a esta bonita e inmortal película.

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