El futuro da miedo. El panorama político que nos rodea se impone como un temporal: imparable y devastador. El populismo y la ultraderecha se extienden por el globo terráqueo como una plaga y es aterrador pensar que un hombre como Donald Trump haya sido (y puede que vuelva a ser) presidente de los Estados Unidos. Para Trump la verdad da igual, y ese es su estandarte. Los ciudadanos no tienen complejo en votar a un hombre que, a todas luces, está donde está a través de la extorsión, la corrupción y tantos otros métodos que traspasan los límites legales y morales. El director irano-danés Ali Abbasi también teme por el futuro próximo y resume en la figura de Trump todos los males que la sociedad ha permitido a lo largo de las últimas décadas en The Apprentice, su última película.

El film narra el ascenso a la cima del mercado inmobiliario de Donald Trump y su relación con el abogado Roy Cohn. Abbasi no quiere tener nada que ver con el juego de la sutileza y muestra un Trump sin escrúpulos ni brújula moral. The Apprentice es, ante todo, propaganda anti-Trump de cara a las inminentes eleciones generales, pero es algo más que solo eso.

Lo más interesante de la película es la relación entre Trump (Sebastian Stan) y Cohn (Jeremy Strong); un pulso de poder entre aliados que se temen y se traicionan, pero sobre todo se respetan y se reconocen el uno en el otro. Trump viste de ambición sus pecados y Cohn vende la patraña del neoliberalismo y el sueño americano para justificar la corrupción fiscal y moral que rodea al dúo protagonista. Ambos se retratan como hombres carismáticos y magnéticos que se aprovechan de su situación para ascender en el estatus social y político sin miedo a traicionar incluso a sus seres queridos.

Los dos intérpretes están impecables en sus roles. El papel de Sebastian Stan no es nada fácil, pues resulta muy fácil desviarse a una interpretación paródica del presidente como la que veríamos en Saturday Night Live. De hecho, el propio Donald Trump de los últimos años es una especie de guiñol de sí mismo. Stan es pulcro en el acento y los manierismos del magnate y centra su imitación en la gestualidad. Desde los movimientos con las manos hasta un tic con el labio superior que nos transportan a cualquier mitin republicano en el que hayamos podido ver a Trump (y en el que probablemente le hayan disparado).

Jeremy Strong está, a nivel interpretativo, aún mejor si cabe. Su versión de Roy Cohn muestra un personaje despreciable pero con varias facetas. No resulta grotesco, sin embargo se deja claro hasta que punto de maldad está dispuesto a llegar. La primera parte de la película muestra como Trump aprendió todo lo que sabe de él, y Strong simboliza todo lo que luego veremos en el personaje de Trump, desde las mentiras a su gusto por lo hortera.

Pero The Apprentice está lejos de ser perfecta. De hecho, su mayor defecto es que su tesis política la hace muy obvia y no genera ningún tipo de segunda lectura. Trump es muy malo, de acuerdo. Ni los frentes demócratas anti-trupistas van a descubrir nada nuevo, ni sus feroces seguidores van a cambiar de opinión. El que fuera el 45º presidente de los Estados Unidos ha dedicado mucho esfuerzo a que la película no tenga distribución en su país para que su imagen no se vea manchada, pero no parece que pueda tener mucho peso en la toma de decisiones de cualquier americano. Lo más polémico a nivel narrativo es una secuencia de violación de Trump hacia la que fuera su primera esposa Ivana Trump (Maria Bakalova); escena, dicho se a de paso, que evidencia el gusto de Abbasi por el morbo y el mal gusto.

El director, eso sí, apuesta por una puesta en escena propia y tiene aspectos audiovisuales interesantes. Los títulos de crédito iniciales sientan muy bien el tono ochentero y urbano que va a tener la cinta y ciertos planos con toques televisivos lo orientan a esta visión de Trump como héroe del pueblo y del americano de a pie. Eso sí, es inevitable ver la influencia de Succession en ciertos recursos estilísticos y la elección de casting de Jeremy Strong no le hace ningún favor en este aspecto. Porque el nivel de diálogos, ritmo y tensión de Succession es inasumible y la hace parecer un intento fallido. Otra película que tiraniza a un político con una puesta en escena parecida podría ser El vicio del poder (Adam McKay, 2018), pero McKay (que es productor de Succession, por cierto) tiene claro que si va a llevarlo al extremo necesita introducir la comedia para justificar tanto exceso.

Al fin y al cabo, The Apprentice es una apuesta interesante y vale la pena, aunque sea solo por las interpretaciones de sus protagonistas. Sin embargo, no incide en nada sorprendente y parece un simple posicionamiento político de todo el equipo que hay detrás, más que una película con algo que contar. Es irónico que para intentar retratar a Trump se tire de populismo.

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