Hay un fenómeno fascinante cuando una saga pasa por varios directores. Cada autor quiere dejar su sello en una nueva producción y, a veces, cambia hasta el genero de cada película. Se mantienen los personajes, pero cambia la esencia. Si Rocky (John G. Avildsen, 1976) era una pequeña película indie sobre las dificultades de un hombre de a pie con varias limitaciones intelectuales, sociales y económicas, Rocky IV (Sylvester Stallone, 1985) ya es una oda al patriotismo y propaganda ultraestadounidense durante los últimos compases de la Guerra Fría. Si Acorralado (Ted Kotcheff, 1982) era un alegato al síndrome de estrés postraumático que sufrían los veteranos de Vietnam y lo difícil que se lo ponía la sociedad para reintegrarse, sus secuelas se olvidan del antibelicismo para convertirse en una machirulada ultraviolenta.

Alien: El ocatavo pasajero (Ridley Scott, 1979) era un filme de terror y ciencia ficción en el que una serie de transportistas se enfrentaban a una amenaza que se había infiltrado en su nave y los iba matando uno a uno. Tenía una estrucutra de slasher clásico, solo que la puesta en escena era una espectacular imaginería sci-fi con uno de los mejores diseños de arte que ha visto jamás la gran pantalla. Pero Ridley Scott se dio por satisfecho, y pasó el testigo a James Cameron, que se no tenía tanto interés en el terror y construyó en Aliens: el regreso (1986) una de las más aclamadas películas de acción de todos los tiempos. Después llegaron los noventa y Ripley pasó de una especie de película carcelaria (con congregación religiosa incluida) en Alien 3 (David Fincher, 1992) a una especie de sci-fi camp muy difícil de describir en Alien Resurrección (Jean-Pierre Jeunet, 1997). Varias precuelas después, el director de cine de terror Fede Alvárez ha venido a recordarnos qué fue lo que hizo al filme de Ridley Scott una obra maestra.

Alien romulus cailee spaeny

Alien: Romulus vuelve a la estructura de la cinta original de Scott: una serie de personajes encerrados en una nave, bajo la amenaza de un Xenomorfo inmatable. Y es que si algo tienen en común todas las entregas de la saga es que es realmente difícil acabar con ese bicho. En este caso tenemos una colonia que vive oprimida por la malvada empresa Weyland-Yutani. En ella, un grupo de jóvenes (junto a un chico-robot) encuentran la forma de fugarse utilizando una nave desechada que han encontrado. El plan: usar el criosueño de la nave en cuestión para viajar al sistema más cercano. El problema: una raza alienígena habita la nave. A partir de aquí tenemos lo que todos esperamos. Aliens que salen de tripas, ácido, gritos y un terror a la altura de a la obra maestra de 1979.

Fede Álvarez tiene muy claro lo que quiere hacer y no le tiembla el pulso. Recurre a una puesta en escena que no abusa del CGI y recuerda a la Nostromo original. Compuertas mecánicas, sangre falsa, armas que parecen sacadas de un arcade Konami de los noventa… Esta estética, junto a un increíble diseño de sonido, crean un contexto ideal para que la acción suceda de forma orgánica. La banda sonora de Benjamin Wallfisch equilibra tan bien como el resto del filme los elementos sci-fi y de terror, y el maquillaje y los efectos prácticos consiguen meter a uno dentro de la película.

Alien romulus xenomorfo

A nivel narrativo, la cinta es un tren de la bruja realmente eficaz. El guion hace poco más que encadenar escenas donde los peligros son cada vez mayores y apenas da tiempo para relajarse. El rol que tenía Ellen Ripley, de mujer fuerte, inteligente y sensata, lo asume una Cailee Spaeny que está de dulce este año, y funciona perfectamente. El resto del reparto está formado por actores jóvenes, que no eclipsan a la verdadera estrella de la película: un Xenomorfo que vuelve a estar hecho de pesadillas, látex y ácido en lugar de sangre.

La cinta es fiel a la saga y no abusa del “fan-service” gratuito. Hay alguna cita y algún personaje que nos recuerdan un poco a la fuerza que estamos en el universo de Alien, pero no depende en demasía de las tramas que ya conocemos. Eso sí, el uso del CGI para un personaje concreto emborrona un poco todo lo alabado anteriormente en este texto, y se nota algo forzado para despertar los aplausos de algún fan más «pureta» de las primeras entregas de la saga.

Se pueden destacar muchas virtudes de Alien: Romulus, y posiblemente su única pega pueda ser su parecido excesivo con Alien: El octavo pasajero. Pero, si me permitís, opino que nunca puede ser malo parecerse a una obra maestra como la de Scott. Además, su parecido no es desde la copia o la estrategia de marketing, sino desde el cariño a la obra y se nota en cada plano. Disfrute absoluto.

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