Después del éxito sin precedentes de Juego de tronos (2011-2019), parecía inevitable que HBO apostara por adaptar Fuego y sangre. La novela de George R. R. Martin vuelve a relaltar las luchas de poder en Poniente, esta vez 200 años antes de los eventos de Canción de hielo y fuego. Parecía también de cajón que un gran sector de la audiencia iba a acabar decepcionada con La casa del dragón; o bien por parecerse demasiado a su predecesora sin estar a la altura, o por diferenciarse demasiado de la serie que enamoró a medio mundo.
La primera temporada tomó varias decisiones arriesgadas y generó división de opiniones entre el público por este motivo. La verdad es que la serie se queda a medio camino entre la originalidad tonal y narrativa que le dan una voz propia y el “fan-service” para los amantes de la historia que conquistó el mundo la década pasada. La primera temporada sorprendió por estar construida a base de elipsis muy bruscas, que hacían avanzar la trama a un ritmo vertiginoso. Además, había menos hilos narrativos de los que tirar que en Juego de tronos y, por ende, menos personajes (aunque con nombres más difíciles de memorizar).
Ahora, ya vista la segunda tanda de episodios de La casa del dragón, los seguidores de los Targaryen ya se pueden hacer una idea más clara sobre que tono va a tener la serie de ahora en adelante. Recordemos que los showrunners ya anunciaron que tendría cuatro temporadas, y ni una más. Toda la construcción narrativa va encaminada a la inminente guerra civil entre negros y verdes (los que hayan seguido la serie estarán ya familiarizados con estos bandos). El problema es que nuestros amigos de HBO han anunciado esta temporada como la del conflicto, y en ningún momento se siente como que la guerra haya estallado. Si la primera temporada era introductoria, esta es de transición, y cuando todo salte por los aires parece que ya estaremos diciendo adiós a estos personajes.
El ritmo de la temporada es extrañísimo, pues su mejor episodio es el primero. La escena final de este inicio es un giro narrativo radical, cruel y violento; al más puro estilo Juego de tronos. A partir de ahí, tenemos construcciones de personajes bastante interesantes y una batalla épica con dragones y fuego y sangre y soldados calcinados. Lo que todos hemos venido a ver. Aún así, parece haber bastante unanimidad en que los personajes de La casa del dragón no atrapan como los Jon Nieve, Cersei Lannister y compañía. Hay menos personajes, por lo que deben ser más complejos. Y para que haya complejidad hace falta tiempo, y los fans no parecen ser muy pacientes.
Volviendo al ritmo de la serie, es su mayor debe. Porque, aunque parece que la trama a escala macro no avanza, las pequeñas aventuras y subtramas vuelan. En Juego de tronos, se tardaba una temporada en cruzar Poniente de punta a punta, y cuando un personaje partía en una misión parecía que no volvería a ver a sus seres queridos. En La casa del dragón, sin embargo, e incluso obviando los dragones, los personajes van de un sitio a otro en cuestión de una escena. Es como si Alicent Hightower (Olivia Cooke) se hubiera sacado el verano joven y estuviera abusando de la línea de alta velocidad de Poniente. Los viajes son fugaces y las tramas se resuelven con dos conversaciones y alguna bofetada. ¿Y todo para qué? Para acabar la temporada básicamente en el mismo lugar que la empezamos.
Pero no todo es negativo. De hecho, casi nada lo es. Y es que visualmente es un deleite. El mimo que hay puesto en la dirección de arte y en la fotografía son ridículos para una producción televisiva. Ridículos en el sentido de que se echa de menos esta mirada estética en la mayoría de producciones cinematográficas de alto presupuesto. Es cierto que, aunque los dragones se ven imponentes, el abuso del CGI los hace parecer muy similares entre ellos. Aunque, para ser justos, si cuesta diferenciar Targaryen, no vamos a distinguir a sus mascotas/armas de destrucción masiva. Todos los apartados técnicos están a una altura excelente. Es este aspecto, nada que envidiar a su predecesora. La música vuelve a correr a cargo de Ramin Djawadi, y el compositor no falla. Otra pega – hoy estoy algo exigente – la sintonía de la serie es la misma que la de Juego de tronos y eso es un problema. Porque vuelve a confundir a la audiencia sobre si la intención es distanciarse o no de su hermana mayor. Es inevitable creer que uno está viendo Juego de tronos cuando suenan los primeros acordes (esa melodía es la pieza de banda sonora más reconocible de los últimos 15 años junto al tema de Los vengadores (Joss Whedon, 2012) y la BSO de La La Land (Damien Chazelle, 2016)).
Las interpretaciones han crecido esta segunda temporada. Emma D’Arcy convence por fin como interprete y el que aquí escribe tiene una debilidad por el talento actoral de Olivia Cooke. La mayoría de secundarios están a la altura y, aunque el que puede parecer más plano es Matt Smith, su trama pesadillesca y tortuosa lo hacen brillar más que nunca en estos últimos ocho episodios. Los roles de los dos mejores intérpretes en lo que llevamos de serie se han reducido a la nada (hablamos de Paddy Considine y Rhys Ifans), pero dejan espacio para los talentos de otros como Matthew Needham o Sonoya Mizuno.
Para no alargar más este texto, sólo falta decir que las mejores series de televisión se cocinan a fuego lento y, si hay un plan, recogeremos los frutos de esta temporada cuando La casa del dragón haya terminado (habrá que esperar como tres años). Si somos pacientes, lo más probable es que este caldo de cultivo que se está germinando desencadene en un final épico, sangriento y brutal. Más que buscarle las cosquillas a un material incompleto, invito a todo aquel que esté leyendo este texto a disfrutar de la puesta en escena de esta serie y a dejarse arrastrar por los tejemanejes de los personajes. Si queréis guerra, siempre podéis volver a poneros la batalla de los bastardos. Si lo que queréis es Juego de tronos siempre estáis a tiempo de volver a disfrutarla (por lo menos, sus 6 primeras temporadas). La boda roja siempre estará ahí. La casa del dragón es otra cosa y sus virtudes están en los momentos en que más decide alejarse de lo que no es.