Los amantes de la novela original – entre los cuales me cuento – teníamos muchas razones para esperar con ansia la segunda mitad del viaje de Paul Atreides en la gran pantalla. Parte Uno apuntaba maneras y dejaba claro que estamos ante la visión de un cineasta que no solo adora el material y lo entiende en profundidad, sino que es capaz de modificar y añadir, allá donde hiciera falta, elementos que sirven al medio cinematográfico, aún sacrificando aspectos de la obra de Frank Herbert. Vamos, una verdadera lección en materia de adaptación literaria a la pantalla. Con todo, Parte Uno no fue una película que pudiera aguantarse del todo sobre sus propios pies y acabó siendo una obra que prometía más de lo que entregaba. A pesar de sus grandes aciertos técnicos, le faltaba el ímpetu necesario para acabar de satisfacer, por no decir que terminaba sin un verdadero clímax narrativo, funcionando más a la manera de un piloto televisivo que de la primera entrega en una saga de cine.
Dune: Parte Dos es la promesa cumplida. Expande sobre su predecesor en prácticamente todos los aspectos y amplía la escala y la complejidad de su ambiciosa historia de maneras, francamente, sorprendentes. Es difícil criticar demasiado un espectáculo de esta magnitud, una película tan cuidada y concebida con tanto amor y atención al detalle. Sin embargo, no estamos ante la obra perfecta que muchísima gente describe en sus reacciones iniciales. El consenso general de la crítica es bastante hiperbólico y considero que es sano temperar esas expectativas en cierta manera. Hablando claro, no es la segunda llegada de Cristo, ni Villeneuve es el Mahdi del cine que ha venido para salvarnos de Marvel y compañía. Pero, dicho esto, hay que admitir que definitivamente juega en una liga muy superior.
Lo que ofrece es grandioso, sí: un mito en imágenes. Villeneuve ha conseguido plasmar una ópera espacial corpulenta, cerebral y, además, sumamente entretenida – un aspecto que quizá flaqueaba mucho más en la primera parte, donde la atención no estaba puesta en la acción y la trama, sino en la creación de mundo. Parte Dos, por otro lado, es una hazaña de equilibrismo cinematográfico y ocupa un lugar privilegiado a medio camino entre el cine de autor y la adrenalina de un blockbuster concebido para asombrar al espectador.
Desde la primera secuencia de la película – donde retomamos el viaje de Paul (Timothée Chalamet), Jessica (Rebecca Ferguson), Chani (Zendaya), Stilgar (Javier Bardem) y los demás Fremen hacia su ciudad subterránea del Sietch Tabr – podemos entender que esta segunda entrega dispara a matar. En ella, un grupo de soldados Harkonnen se interponen en el camino de nuestra caravana y asistimos a un tenso e impactante enfrentamiento que sirve como una declaración de intenciones. Esta película pretende deleitar a través de su acción tanto como lo hace a través de su mundo y de sus ideas. Aquí no estamos para seguir letra a letra lo que ya hemos leído en la novela, sino para sumergirnos en el mundo de Dune, botas sobre la arena.
Más adelante, vemos ataques Fremen a cosechadoras de especia, duelos de gladiadores, redadas militares y batallas en campo abierto. Toda esta acción, además de acelerar el pulso y hacernos disfrutar del espectáculo visual, contribuye para una inmersión visceral dentro del universo. Para aquellos que no lo hayan leído, el libro apenas tiene escenas de acción y todo lo más trepidante sucede fuera de página, pero es fascinante lo bien que encajan estas nuevas secuencias dentro de la visión de Herbert. Además, a Villeneuve le encanta trabajar con lo palpable y lo sensorial. En ese sentido, la fotografía y el sonido no defraudan.
De hecho, si hay un aspecto de la película que es absolutamente impecable, es el técnico. Parte Uno destacó por ello también, llevándose 6 Oscars. Sin embargo, lo que vemos y escuchamos en Parte Dos sube el listón aún más, casi empequeñeciendo el tremendo trabajo realizado en la obra que la precede. A nivel de fotografía e integración de efectos visuales con entornos reales y luz natural… simplemente no tiene precedentes. Es una joya. El diseño de sonido es increíblemente inmersivo y contribuye – junto a la poderosa música de Hans Zimmer – a crear un paisaje sonoro a la vez íntimo y grandioso. Reconocible, pero alienígena.
Pero Parte Dos no solo pisa a fondo a nivel técnico, sino también en cuanto a interpretación. El reparto es, de nuevo, espectacular. Han juntado aquí no solo a cuatro de las mayores estrellas incipientes de la nueva generación – Chalamet, Butler, Zendaya y Pugh – sino también actores más que establecidos como Bardem, Christopher Walken, Stellan Skarsgard o Rebecca Fergusson. No es razonable pedir mucho más en este aspecto. Cabe decir que hay un punto débil en el elenco y ese es Walken. Por mucho prestigio que tenga y con lo icónico que llega a ser, su casting aquí no tiene mucho sentido y su interpretación no aporta demasiado al personaje. Por otro lado, quién destaca es Austin Butler. Su Feyd-Rautha Harkonnen es un psicópata eléctrico e intimidante. Su aspecto, sus movimientos, su voz y su mirada revelan una profundidad en el personaje que ni siquiera la novela fue capaz de transmitir. Tantea de forma magistral esa línea entre la crueldad y la vulnerabilidad y se come la pantalla cada vez que aparece.
Con todo, es Timothée Chalamet quien tiene la tarea más complicada: plasmar el viaje transformativo de Paul Atreides en el profeta Muad’Dib. Y debo decir que todas las dudas que su actuación generaba en la primera parte, se disipan una vez le vemos personificar al Mahdi de los Fremen en pantalla. Su aparente fragilidad física se torna en pura fuerza y en presencia imponente durante una de las secuencia más conseguidas de la película. Es de aplaudir, porque Chalamet está actuando aquí fuera de su zona de confort y, no obstante, lo da todo en beneficio de su personaje y de la historia.
Dune es también una obra ambiciosa a nivel temático y narrativo, que aborda ideas como el poder de la fe y del fanatismo, las maquinaciones religiosas en busca de control y la corrupción moral repleta de grises que se oculta bajo el manto del mitificado viaje del héroe. Todo ello cuaja bastante bien aquí y construye sobre lo que fue implantado en la primera parte, pero no deja de mostrar sino la punta del iceberg de aquello que en la novela brilla con más fuerza. Y es que Dune cuenta una historia que abarca y explora tantos aspectos de la experiencia humana que es imposible hacerle del todo justicia en 5 horas y media de metraje. Las facetas más místicas y los conceptos más trascendentales de la obra de Herbert han sido o bien simplificados o bien eliminados por completo de esta adaptación en servicio a la experiencia cinematográfica. Soy consciente, al fin y al cabo, de que los compromisos son necesarios en una película con este presupuesto, dirigida a un público tan amplio.
Aún así, lo que sí se muestra en pantalla tiene fuerza, tiene gancho y respeta la esencia de Dune. Siendo realistas, es un triunfo. El Dune de Villeneuve se corona como una experiencia imprescindible tanto para los amantes del libro como para los entusiastas de la ciencia ficción y de la fantasía en general. Queda pendiente ver si, con la inevitable tercera entrega, consigue redondear lo que ya apunta a convertirse en una trilogía cumbre del género, como en su momento lo fueron Star Wars y El Señor de los Anillos.
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