El glamour y el espectáculo asociados con una de las figuras más icónicas del siglo XX toman un papel secundario en el nuevo estreno de Sofia Coppola, a favor del minimalismo y de un retrato íntimo del aislamiento. Priscilla Presley narra en su libro Elvis and Me – adaptado aquí – una experiencia verdaderamente singular. Es la historia de una chica joven y dulce que emprende un romance con el hombre de sus sueños, el sex-symbol masculino del momento. Y no sólo eso: Elvis Presley es el rey del Rock, la primera superestrella de la industria musical americana moderna, ídolo de masas, capaz de romper corazones con un movimiento de cintura… y Priscilla, inevitablemente, debe enfrentarse a la supresión de su propia personalidad y autonomía por el simple hecho de ser su pareja. Las diferencias entre ambos son abismales y sin embargo encuentran sinceros puntos en común a lo largo del camino.
Empezando por la edad, un mundo entero les separa cuando se conocen. Elvis, una década mayor que ella y ya convertido en un icono del entretenimiento en Estados Unidos, cumple servicio militar en Alemania Occidental. Priscilla, adolescente que ahí reside porque su padre es un oficial en el ejército americano, es una chica de lo más normal que acaba, por casualidad, invitada a una de sus fiestas. Uno puede figurarse el impacto que ese encuentro causa en ella. Su timidez e inocencia contrastan con el porte de seguridad, fama e influencia de Elvis. Sin embargo, él echa de menos su país natal y sufre por la reciente muerte de su madre. La conexión se forja y – diferencias turbias de edad aparte – él trata a Priscilla con respeto y cariño, en primera instancia. Notamos una sorprendente integridad en su carácter al conocerlo, que contrasta con la imagen habitual de esa vida rockera y desenfrenada. Priscilla también la nota y el flechazo es también innegable por su parte. Pero, ojo: esa integridad no deja de estar arraigada en una idea de la masculinidad que empezaba, ya entonces, a mostrarse como obsoleta. Por supuesto, Elvis es un caballero, y Priscilla acabará descubriendo las incómodas facetas que esa definición esconde.
Así pues, nos encontramos ante una especie de cuento de hadas moderno cuyas implicaciones oscuras van emergiendo poco a poco a la superficie. La película nunca pierde el enfoque. Su punto de vista es siempre el de la chica y consigue exponernos, de primeras, a la seducción de un sueño hecho realidad. La mera posibilidad de vivir una vida Especial – con E de Elvis – es suficiente para soportar e ignorar las señales de alarma que van apareciendo. Es la tensión creciente entre los sentimientos sinceros de Priscilla y su gradual pérdida de libertad individual lo que sostiene el interés en la película y donde esta encuentra su faceta más conseguida.
Las interpretaciones son buenas. Cailee Spaeny entiende cuando dotar a su Priscilla de vulnerabilidad y cómo revelar su conflicto interior y su fortaleza. Jacob Elordi se ajusta con éxito al tono intimista de la obra y encuentra la faceta más corriente y humana del mito. Tal y como la película misma destaca por una completa falta de momentos bombásticos y espectáculo, también las actuaciones nunca dejan de ser contenidas y naturales.
Al fin y al cabo, Sofia Coppola nos transmite la evolución de Priscilla, de su punto de vista y de su relación con el rey de rock de una forma sensible y efectiva. Nos hace empatizar mucho con ella y con sus conflictos, al mismo tiempo que nos muestra la faceta más personal de un ídolo mediático. Nos pinta este romance como una proverbial pata de mono, el deseo concedido que oculta sus imprevistos efectos secundarios bajo un atractivo velo de lujo, elegancia y los encantos de una vida privilegiada. Explora – aunque superficialmente – los fundamentos del atípico amor que une a sus protagonistas, pero pone la mayor parte de su atención en reflejar las diferencias entre ambos y las razones por las cuales su matrimonio no acabó funcionando. El aislamiento, la soledad y la creciente frustración de Priscilla son palpables. Su retrato como mujer forzada a cumplir un mero papel secundario en la vida de su marido está dotado de cierta universalidad y permanece relevante, por desgracia, a día de hoy.
Con todo, Priscilla (2024) no logra ir mucho más allá de lo mencionado. Su estética es cuidada y acertada para la historia que cuenta y todos sus elementos son más que competentes, pero el resultado, en conjunto, no llega a revelar ninguna verdad profunda ni fascina lo suficiente como para dejar un impacto duradero.