La escuela nos prepara para la vida. O eso dicen. Lo que hace la etapa estudiantil tan valiosa para la posterior, inevitable y terrorífica vida adulta no son los conocimientos que adquirimos (algunos más que otros) en las clases de lengua, matemáticas e historia; sino la adaptación a una sociedad en miniatura en la que vivimos cinco días a la semana. Todos los retos a los que nos enfrentamos como adultos son réplicas de aquello vivido en las aulas y patios a lo largo de nuestra edad más tierna. Elecciones, censura, abuso de poder, estamentos sociales, injusticia, racismo… todo lo hemos descubierto al relacionarnos con otros niños y con los adultos que, de forma puntual, se atrevían a pasearse por ese mundo, que era nuestro.

En Sala de profesores, Ilker Çatak realiza un estudio sobre la autoridad, la opinión pública, la cultura de la cancelación y los prejuicios que rigen la sociedad adulta, en el marco de una escuela. Carla (Lione Benesch) es una profesora nueva en el colegio. Enseña matemáticas y gimnasia y su mayor talento como docente es la empatía con los alumnos. Es la profesora a la que los buenos alumnos le confían sus problemas y los más gamberros creen estar tomando el pelo desde su posición de vulnerabilidad (la de niño frente a adulto). Una serie de robos en el colegio generan un clima de desconfianza en el mismo: el equilibrio social se desestabiliza y todo el mundo sospecha de todo el mundo. Este campo de cultivo sirve a Çatak para elaborar una de las películas más tensa de los últimos años gracias a que aprovecha todas las herramientas que ofrece la sociedad que trata.

Hay niños que son malas personas. Está feo decirlo, pero es así. Del mismo modo hay padres que son malas personas y profesores que también lo son. Asimismo, hay niños, padres y profesores que son buenas personas, pero toman malas decisiones. El problema es que la sociedad de twitter no nos permite diferenciarlas: sin alguien la caga, pedimos su cabeza. Las intenciones son irrelevantes y esto, es evidente para los perros viejos (alumnos incluidos) que llevan años conviviendo en esta sociedad hostil, pero no para Carla. Carla es una inconformista que cree poder mejorar el sistema y, como tantos antes que ella, resulta ser la víctima con la que el sistema más se ceba.

Lo mejor del guion de Sala de profesores es que no solo plantea preguntas, sino que busca soluciones y, por si fuera poco, ni siquiera consigue encontrarlas. Hay una famosa frase atribuida a Confucio que dice que “cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”; no sé si Çatak es un sabio o un necio, pero él señala al necio que mira el dedo. Al cineasta no le interesa quien está robando el dinero en la escuela, ni si los sospechosos son culpables, ni siquiera si las acciones de la protagonista son moralmente justificables. Porque Çatak no juzga al jugador, sino al juego. Çatak critica una sociedad podrida que se ceba más con aquellos que se salen del sistema que con aquellos que se aprovechan de él y lo hace mostrándonos de forma evidente que esta mentalidad fanática salpica a los más pequeños y los convierte en soldados de las ideas de sus padres y demás referentes adultos.

A nivel cinematográfico, la cinta es tensa, incómoda y molesta. De hecho, consigue revivir en el espectador la sensación desagradable del colegio. Cuando el profesor programaba un examen de un día para otro y la clase montaba una revuelta popular. Éramos toda una afición insultando al arbitro por pitar un penalti. Sabíamos que teníamos razón, pero sabíamos que no había nada que pudieramos hacer, así que solo nos quedaba la ira. Eso, o el sindicalismo, que surgía de un forma sorprendentemente orgánica en las clases de secundaria.

Otra película germana con la que, inevitablemente, se va a comparar Sala de profesores es La ola (Dennis Gansel, 2008). En La ola, Gansel nos planteaba si era posible en la Alemania del siglo XXI un movimiento fanático como el auge del partido nacionalsocialista en el período de entreguerras. Vamos, que si pueden volver los nazis. La conclusión de Gansel era un rotundo “Sí”. Çatak va más allá y plantea ¿acaso no vivimos ya en un movimiento fanático regido por la sociedad de la inmediatez y la cancelación? ¿Acaso no somos todos un poco nazis? Pero a la larga, ni siquiera se atreve a responder su propia pregunta, pues es trabajo del espectador decidir si mirar a la luna, al necio, a Çatak o a sí mismo.

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