Veamos… Risas de niños pequeños y grandes, rimbombantes ritmos reconocibles, regusto a dulce nostalgia recién refinada, rebosante carisma encantador y una buena dosis de magia para toda la familia. Estos son los ingredientes que componen una buena chocolatina musical de aventuras, capaz de calentar el espíritu de cualquier cinéfilo dispuesto a darle una oportunidad.

El pasado fin de semana, Paul King – el osito de peluche humano que trajo a Paddington Bear a la pantalla en dos adorables ocasiones – ha vuelto para deleitarnos con otra de sus peculiares creaciones en Wonka, la precuela de Charlie y la Fábrica de Chocolate que absolutamente nadie estaba pidiendo. Un proyecto juzgado desde que se anunció y criticado como un ejemplo más de la insaciable maquinaria de Hollywood que exprime las franquicias nuevas y viejas hasta dejarlas sin ápice de vida. La película llega a los cines justo a tiempo para la Navidad. Pues, ¿sabéis qué? Creo que nos equivocamos. Wonka es, francamente, entrañable. Se mueve con pies ligeros a ritmo de fábula dickensiana y nos transporta a un mundo delicado de fantasía inocente. Y me sorprende lo bien que lo he pasado.

Además, igual que muchos otros, yo no daba un duro por Timoteo Calamar (como me gusta llamar a Timothée Chalamet) encarnando al deliciosamente trastornado maestro chocolatero. Pero debo admitir que el encanto natural de la película acompaña tanto que llega incluso a sacar optimismo y chispa del ídolo “sadboy” del momento. El Willy Wonka de Chalamet capta una energía positiva contagiosa. Funciona, a pesar de poderse intuir que no es un papel que le venga del todo por la mano. Es gracioso, carismático y resulta muy fácil cogerle cariño en su viaje y su incansable afán de compartir chocolate con el mundo entero.

Y es que Wonka no repite la historia del libro de Roald Dhal o de las dos adaptaciones cinematográficas previas, sino que cuenta la historia de origen del personaje. Un joven Willy Wonka llega a la gran ciudad con el sombrero lleno de sueños y pocos recursos más allá de su chocolate y su ingenio. Sin embargo, pronto descubre que el voraz mundo del negocio está repleto de trabas, trampas y temibles mandamases despiadados que harán todo lo posible para hundirlo. Así funciona el mundo y Willy está a punto de enfrentarse a la realidad.

Bien, lo cierto es que esta versión del personaje y de su historia no desconcierta de la misma manera que el Willy Wonka de Gene Wilder lo hacía en Un mundo de fantasía (Mel Stuart, 1971). Ese hombre fascinaba y daba mucha grima. Sus verdaderas intenciones eran muy difíciles de descifrar y nos mantenía en suspense constante. ¿Era un psicópata? ¿Iba drogado? ¿Se había vuelto loco? O, ¿simplemente era un hombre de negocios excéntrico cuyo sentido del humor estaba adelantado a su tiempo? Fuera como fuese, la versión de Timothée Chalamet es mucho más predecible e inequívocamente dulce y bondadosa. Desde luego no transmite esa ambigüedad criminal que el de los 70 llevaba por bandera. Pero, de todas maneras, esto no es un reproche para la obra que nos ocupa. Las dos películas son muy distintas en su concepción y este Wonka casa a la perfección con el tono de la versión que protagoniza.

Si queremos complicarnos la vida y leer la letra pequeña, Wonka también nos habla del capitalismo y la falta de calidez y humanidad que lo caracteriza. No quiero indagar más de la cuenta en el tópico, pero la película muestra abiertamente una clara diferencia de clases económicas y sociales (como ya destacaba Dahl en su novela). También muestra, de forma simplificada – claro está – cómo los magnates chocolateros tienen muchos más recursos y, por ende, ventajas a la hora de imponer su voluntad sobre el mundo. Vamos, a uno de ellos le dan arcadas cada vez que dicen la palabra “pobre”. Es obvio y es descarado, pero el humor funciona en tándem con los momentos más emocionales de la película para resaltar esta temática.

En definitiva, si el cinismo aún no os ha comido del todo el corazón, encontraréis en Wonka una película muy agradable, entrañable y bien llevada a cabo. No se trata de una historia inolvidable, pero sí de algo cálido, bienintencionado y cuco. Una golosina.

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