Ayer, Luis Tosar y Anna Castillo fueron los encargados de anunciar los nominados a los premios Goya, que celebran lo mejor del cine español de los últimos 12 meses. Hace apenas un año se elogió mucho el estado del cine patrio en 2022 con películas como As Bestas (Rodrigo Sorogoyen), Alcarràs (Carla Simón) (flamante ganadora del Oso de oro en el festival de Berlín), La Maternal (Pilar Palomero), Modelo 77 (Alberto Rodríguez), Cinco Lobitos (Alauda Ruiz de Azúa), Mantícora (Carlos Vermut), Cerdita (Carlota Pereda) y muchas otras. Era difícil esperar un 2023 a la altura, pues muchos de los grandes autores españoles no iban a estrenar film.

Pero, a pesar de que Almodóvar se ha dedicado a rodar cortometrajes en Hollywood, el cartel de nominadas a los Goya muestra una salud de hierro para el cine español, con varios nombres que colocan a nuestro país cerca de la cima en lo que a cine europeo se refiere. Pues si siguen apareciendo operas primas modernas y sensibles, las producciones de mayor presupuesto lucen ese dinero en la producción de cada plano y, para colmo, Víctor Erice decide salir de su cueva, ¿qué puede salir mal?

En el ámbito del cine de autor, el nivel se mantiene respecto a los últimos años. Víctor Erice ha regresado después de décadas para estrenar en Cannes Cerrar los ojos. Siguen apareciendo nuevas voces (especialmente femeninas) cargadas de verdad e intimismo y, a pesar de que Carla Simón (la insignia de este movimiento cinéfilo de nuevas autoras) sólo ha estrenado el corto Carta de mi madre para mi hijo, tenemos películas como la multinominada 20.000 especies de abejas, de Estíbaliz Urresola Solaguren o Creatura (Elena Martín), una de mis debilidades cinéfilas de la temporada.

Pero España no sólo apuesta por el cine de autor de presupuesto reducido, pues J.A. Bayona regresa a la lengua de Cervantes para traernos su visión de ¡Viven! (Frank Marshall, 1993) con su La sociedad de la nieve. Apuesta fuerte de Netflix por el catalán y candidata a representarnos en los Óscars. Además, un director consagrado como David Trueba ha realizado el biopic hollywoodiense (a la catalana) del año con Saben Aquell, retratando a nuestro Eugenio interpretado por un David Verdaguer poseído por el humorista.

Si nos vamos al cine de género seguimos sin tener nada de qué preocuparnos. España siempre ha encontrado facilidad para realizar cine de terror (pues el estándar de lo terrorífico lo tenemos alto), y este año han estrenado peli cineastas de la talla de Paco Plaza o Carlota Pereda (Hermana muerte y La ermita, respectivamente). Y en el terreno del thriller y el policíaco destaca Asedio (Miguel Ángel Vivas) y seguro que Luis Tosar ha protagonizado alguna peli de desactivar bombas o algo así. Entonces, ¿no tiene asignaturas pendientes el cine español?

Claro está que ya no puede decirse aquello de “el cine español sólo trata de putas, maricones y guerra civil”. De hecho, y por supuesto, esta afirmación nunca ha sido cierta; pero ahora menos que nunca. Pero parece que el cine español ha olvidado como hacer una de sus tareas favoritas pues me resulta decepcionante el nivel de la comedia patria. Por lo menos, en el cine más «mainstream».

Santiago Segura bromeó en la gala de inauguración del pasado festival de cine de Gijón con que “el cine independiente es aburrido y plasta. Es cine para listos”. Evidentemente, el cine al que se dedica actualmente Torrente en persona es lo opuesto al cine independiente (y al cine para listos). No quiero que se me malinterprete, me parece fenomenal que se sigan haciendo películas familiares con humor para todas las edades sin ninguna vocación artística más allá de entretener a grandes y pequeños. Pero, Santi, amiguete, tu colección de cuñadeces y chistes sobre lo difícil que es ser tú (hombre blanco, cishetero, con dinero, madrileño y poderoso) son tan inocentes como ver durante 20 minutos El Hormiguero.

Hay mucho talento humorístico en nuestro país, pero el cine no parece ser ya su terreno de juego. Y este terreno lo están conquistando películas como el doble estreno de hoy: Ocho apellidos marroquís (Álvaro Fernández Armero) y La Navidad en sus manos (Joaquín Mazón), con nuestro amigo Segura. Y es que, si el drama ha conseguido escapar a los tópicos, las comedias siguen siendo todas del mismo estilo: Risas a costa de los jóvenes, las distintas culturas regionales (con un tono fuertemente centralista) y la guerra de sexos (que Frank Capra hacía divertida, pero al amiguete…)

España ha dado buenas comedias. De todo tipo. Y algunas eran para “listos” (como dice Segura) y otras eran comerciales. Entiendo que, de estrenarse hoy, un film como Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1989) sería un fracaso. Pero hay comedias facilonas de hace apenas diez años que parecen que ya no tienen el impacto de antaño. Películas como Primos (Daniel Sánchez Arévalo, 2011), Anacleto: Agente secreto (Javier Ruiz Caldera, 2015) o La llamada (J. Ambrossi, J. Calvo, 2017) son buenos ejemplos de películas que funcionan, y pueden hacer reír del listo más listo al simple más simple. Y aunque ya convivían con Leo Harlem y bromas de andaluces, se hacían un hueco (discreto, eso sí) en la taquilla.

Películas recientes que responden a mi llamada podrían ser Camera Café, la película (Ernesto Sevilla, 2022) – los chanantes (nuestros Monty Python), salvadores del humor en España – o Historias para no contar (Cesc Gay, 2022). Por lo que, aunque nadie las vea, busquemos estos títulos y no nos conformemos con menos. Porque la tradición cómica de este país no lo merece.

Cuidemos a cineastas como Javier Fesser o Javier Ruiz Caldera y a estrellas como Quim Gutiérrez. Dejemos que nos hagan disfrutar, a pesar de que ni la taquilla ni la crítica vayan a estar nunca de su lado y no permitamos que el hombre que tuvo la osadía de crear a Torrente – y ahora se ha convertido en aquello que juró destruir- y su clan hagan que España se olvide de reír. Porque nadie se ríe mejor.

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