Vuelve la serie que masacra a tus héroes, pero vacila en cuestionar su autoridad. Invincible mastica todo el cómic clásico de superhéroes y lo regurgita con nuevo vigor para una generación que ya no cree en las grandes narrativas. Su primera temporada tiene como eje central una relación de familia. Cuenta la historia de Mark Grayson (Steven Yeun), un adolescente que disfruta de la perfecta vida de suburbio americano, y debe lidiar con el hecho de que su padre (J. K. Simmons) es – básicamente – Superman. Mark navega los desafíos cotidianos a la espera de ver nacer sus poderes y cumplir su verdadero potencial: unirse a la lucha contra el crimen y la maldad junto a su endiosado padre alienígena. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. En este mundo, Superman es un cabrón y su propósito no es proteger la Tierra sino conquistarla. Su heroísmo no es más que una máscara bien trabajada y su empatía por las personas es inexistente. No hay momento donde esto golpee con más fuerza que la escena en la que confiesa sus auténticos sentimientos hacia Debbie Grayson, su esposa de dos décadas y madre de su hijo. “I do love your mother, but she’s more like a… a pet to me.” Después de esto, es la humanidad de Mark la que emerge victoriosa y le obliga a rechazar la perversa llamada al deber del padre.

Esta segunda temporada nos lanza de cabeza a un mundo alternativo, donde el joven Invincible ha tomado la decisión contraria y está ayudando a Nolan en su propósito de subyugar a la raza humana. Es un buen gancho, a pesar de que expandir una historia de superhéroes al multiverso es, a estas alturas, terreno más que recorrido. Pero claro, ya nos hemos acostumbrado a que la serie juegue con nuestras expectativas y las subvierta, por lo cual este planteamiento nos deja deseosos de ver qué vuelta de tuerca le van a aplicar al concepto. Conocemos, además, a un nuevo personaje – Angstrom Levy – que actúa como el catalizador para la trama multiversal y apunta a ser uno de los villanos principales de la temporada. Su arco durante este primer episodio es predecible, pero funcional y establece claramente las motivaciones que le enfrentarán a nuestro protagonista. Con todo, lo que está claro es que la serie no ha perdido pizca de fuelle y conserva la misma ambición creativa. Su promesa principal sigue siendo la de utilizar los elementos más característicos del cómic de superhéroes y reimaginarlos en un contexto maduro, lleno de matices.

Lo cierto es que, a diferencia de obras como Watchmen o The Boys, Invincible exuda un tremendo cariño por el género y su intención no es la de echar por tierra los cimientos que lo sostienen. El idealismo, el valor y la lucha del bien contra el mal continúan siendo pilares centrales en lo que se cuenta. No alcanza esos niveles de cinismo y rechazo violento a la autoridad que vemos en las obras de Alan Moore y Garth Ennis. En cierta manera, podemos considerar a Invincible como una evolución del género más que una deconstrucción. Sus creadores lo estiran, lo mastican y empujan sus límites porque lo aman. Donde personajes como Homelander o Rorschach desdibujan, cada uno a su manera, el concepto de paladín y justiciero, Invincible mantiene una separación más rígida entre héroes y villanos – sin, eso sí, sacrificar en complejidad.

Durante estos últimos años hemos presenciado una clara transformación en las historias de superhéroes que dominan el zeitgeist. Invincible no fue ni el primer cómic ni la primera serie en hacerlo, pero se ha convertido en uno de los principales heraldos del cambio para el género. Y esto es especialmente evidente en una época post-Endgame, cuando Marvel está sufriendo más que nunca para mantenerse relevante, producir obras de calidad o, incluso, conseguir los grandes retornos financieros que el Ratón tanto ansía. Ahora, queda por ver si esta es solamente una etapa transitoria para el género o empieza a indicar que su momento ya ha pasado y la atención del público se girará pronto hacia el siguiente gran fenómeno narrativo de masas.

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