El tiempo magnifica los recuerdos. Sobre todo aquellos recuerdos bonitos que han quedado incompletos y han sido enterrados por el paso de la vida y las infinitas pequeñeces que la forman. Vidas Pasadas, el estreno al cine de la dramaturga Celine Song, trata uno de estos recuerdos – un amor platónico de infancia convertido en obsesión por el paso del tiempo. Y aunque resulta tentador definir la obra como intensamente romántica, esta esconde reflexiones un tanto más profundas bajo la superficie.

La película arranca con un misterio. Tres personas conversando en la barra de un bar y dos voces incorpóreas que debaten sobre qué relación podrían tener entre ellos los interlocutores. Es un juego que muchos habremos practicado, consciente o inconscientemente, a fin de satisfacer ese placer voyeurista de observar y conjeturar sobre los demás. A pesar de no tratarse de una intriga como tal, este inicio es muy efectivo. Nos planta en mitad del clímax, como podríamos esperar de una película de acción que comienza in media res con el momento previo a la gran explosión final. Sin embargo, no estamos ante ese tipo de película. Vidas Pasadas trabaja con matices y sutilezas – esconde a flor de piel el complejo mundo interior de sus personajes.

La trama, engañosamente sencilla, recorre tres actos separados por 12 años de diferencia cada uno. Conocemos a la protagonista, Nora (Greta Lee en su versión adulta), en su infancia, llorando por haber conseguido la segunda nota más alta en un examen. Su fiel amigo, Hae-sung (Teo Yoo en la versión adulta del personaje), la acompaña y la consuela, recriminándole al mismo tiempo esa necesidad de siempre competir. Todo indica que podríamos estar ante una relación juvenil floreciente. El trato entre ambos es amable y delicado. Su contexto familiar les separa, pero lo que les une es una conexión que va más allá de la simple amistad. Nora – que, por cierto, es el nombre occidental que ella misma ha elegido en preparación para su nueva vida en Canadá – le expresa a su madre el deseo de, quizá, salir con Hae-Sung. Sin embargo, el adiós llega antes de que nada fuera de lo platónico pueda suceder.

La chica, años después, persigue sus propias ambiciones literarias en occidente, mientras el chico cumple servicio militar en su tierra natal. Sin embargo, ninguno de los dos olvida al otro y es él quien da el primer paso para la reconexión. Lo que sigue, no es la història romàntica llena de esos oportunos obstáculos, reencuentros dramáticos a tono de música pop y lloreras catárticas que la premisa inicial puede inducir a esperar. El desarrollo de la historia es de una naturalidad refrescante y los momentos verdaderamente punzantes se hacen esperar.

Mientras, todo es tierno, cálido y cercano en Vidas Pasadas. Estamos ante una película íntima y sensible, dotada de gran madurez emocional. Sin ánimo de desvelar demasiado, diré que la expresión del romance y las relaciones destaca por su absoluta falta de toxicidad. Abundan las escenas sinceras, calmadas y reflexivas. Aún así, la verdadera magia de la obra no aparece sino hasta después de haberla visto. A nivel personal, no suelo preferir las películas que me hacen pensar frente a las que me hacen sentir, pero no puedo negar que hay mucho placer en notar que una obra resuena en mi después de terminarla con un eco tan vívido.

Su mejor atributo, por ello, son las reflexiones que deja. El metraje queda, así, en mi memoria, como una verdadera punta de iceberg. Es decir, sugiere lo suficiente a través de lo que explícitamente muestra, empujando a explorar más allá y a adentrarse en lo que se oculta bajo la superficie.

Durante la película, Song hace hincapié repetidas veces en el concepto del In-Yun, la providencia que rige las relaciones entre personas – reencarnación tras reencarnación – según la cultura coreana. Todos nuestros encuentros suceden por un motivo, están predestinados por nuestras pasadas vidas y repercuten sobre las futuras. Pero no solamente el amor romántico mueve los hilos de la providencia. Cualquier momento compartido con otros es parte del In-Yun.

De esta manera, Vidas Pasadas nos habla del destino, pero traslada esa dimensión mística al mundo moderno, donde el romanticismo no es una verdad implacable, sino solamente un punto de vista entre muchos. Y, ciertamente, no es el más práctico de todos para nuestra protagonista, quien navega su camino con independencia y decisión. Eventualmente, Nora conoce a un chico americano, y su camino se aleja de ese amorío de infancia que podría haberse convertido en una tan perfecta historia de amor.

Y es que el In-Yun no responde a una visión dramática y urgente del amor, sino más bien a un flujo sereno de los acontecimientos. La aceptación es parte del proceso, ya que la vida no empieza con el nacimiento ni acaba del todo con la muerte, sino que es solamente un eslabón en la cadena. Pero… ¿Cómo se aplica todo esto a las vivencias de Nora?

Encontrándose en medio de un particular triángulo amoroso, Nora debe reconocer y aceptar lo que cada uno de los dos hombres significa para ella, por lo menos en esta vida.
Es reconfortante saber que uno no debe correr detrás de su destino, sino entenderlo. Lo difícil es tantear con destreza esa línea entre la realidad y lo que pudo ser. Para Nora, Hae-Sung no solo representa la idea obsesiva de ese amor romántico que se aferra a lo hipotético e idealizado, sinó que también encarna la vida que Nora dejó atrás en Corea.

Por suerte, la inevitable confrontación entre la obsesión de Hae-Sung y la realidad de Nora no es ardiente ni es dramática. Evita caer en clichés y fuegos artificiales pero a más de un@ le pondrá la piel de gallina.

Celine Song demuestra, con esta primera película, una sorprendente maestría del ritmo, el tono y la narración. De principio a fin, somos conscientes de que, como espectadores, estamos en buenas manos. Su visión es prácticamente impoluta y cada pieza narrativa, cada concepto que introduce y cada plano que utiliza sirven para nutrir la historia y desvelar sutilmente sus capas de profundidad. Para cuando las secuencias finales te aceleran el corazón y te mantienen en vilo, todo el trabajo está hecho. Sin embargo, el desenlace no hace más que elevar la película y consigue transmitir a base de pura fuerza contenida.

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