Hay que reconocerle una cosa a Lasse Hallström: el veterano director sueco sabe que no está haciendo la próxima ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), y por eso El mapa que me lleva a ti funciona dentro de sus limitaciones. Es una comedia romántica para el algoritmo de Prime Video que cumple con lo prometido sin pretender ser más inteligente de lo que es. Con Madelyn Cline y KJ Apa como protagonistas de este Interrail emocional, la película sigue la fórmula de rigor: americana planificadora conoce a neozelandés bohemio, Barcelona de fondo, y a ver qué pasa.

Lo que sorprende gratamente es cómo Hallström evita algunos de los clichés más obvios del subgénero «estadounidenses descubren Europa». Barcelona no sale retratada como una postal de Instagram, sino que se muestra con cierta honestidad visual, sin esas tomas aéreas de la Sagrada Familia que suelen colarse en estas producciones. El director de fotografía ha hecho un trabajo decente capturando la luz mediterránea sin caer en el exotismo barato, y las localizaciones en Pamplona, Cadaqués y hasta Terrassa (donde se rodó gran parte en sus estudios del Parc Audiovisual) funcionan sin forzar el pintoresquismo. Y la escena de la discoteca… con esas escaleras de Razzmatazz que nos han visto en situaciones bochornosas.

Pero donde El mapa que me lleva a ti da una lección de respeto cultural es en su banda sonora. En lugar del flamenco genérico que habría sido lo esperado, el supervisor musical Quique Ramos ha optado por incluir temas en catalán como «Ceràmiques Guzmán» de Manel, una decisión que se agradece infinitamente. Escuchar a una banda de Barcelona sonando de fondo mientras los protagonistas buscan a un sinvergüenza por el Born es el tipo de detalle que demuestra que alguien se ha molestado en hacer los deberes. La música de Toti Soler, Anna Andreu o El Grajo completa un mosaico sonoro que huye del estereotipo español genérico y abraza la diversidad musical del país.

En el centro de El mapa que me lleva a ti late un guion que, pese a apoyarse en fórmulas mil veces vistas, encuentra su propio ritmo gracias al tono ligero y al cariño que Hallström deposita en cada escena. La narración fluye sin sobresaltos: de la presentación de una joven ejecutiva harta de su vida perfecta al primer choque cultural con el guía local, pasando por la inevitable crisis de fe en el amor cuando el viaje parece no llevar a ninguna parte.

Cline y Apa hacen lo que pueden con personajes escritos con plantilla, y funcionan especialmente bien cuando no intentan ser más profundos de lo que el guion permite. La química entre ellos es suficiente para sostener 96 minutos de previsibilidad controlada, y Sofia Wylie como la amiga sensata aporta los momentos más naturales de la película.

Cada episodio de ruta turística está concebido como un sketch que combina humor físico, diálogos sencillos y pequeñas epifanías emocionales. No hay giros de guion descabellados ni grandes revelaciones, sino un crescendo de complicidad que culmina en un clímax romántico construido a base de miradas y silencios compartidos, demostrando que, a veces, el mejor mapa es el que te enseña a perderte con alguien.

El mapa que me lleva a ti no se puede considerar revolucionaria en ningún aspecto, pero tampoco insulta la inteligencia del espectador. Es una película de sofá de domingo que sabe exactamente qué está vendiendo, y lo hace con la honestidad artesanal de quien lleva décadas en el oficio.

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